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VOLTAJE

El último empujón

Esta semana toca exprimir como si fuera un limón seco las pocas fuerzas que nos quedan

Txema Martín

Martes, 3 de enero 2017, 08:29

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Ánimo, que ya sólo queda un último esfuerzo. El definitivo estertor de esta Navidad está coronada por la guinda de los Reyes Magos, que es junto al día del sorteo del Gordo o el propio fin de año las tres jornadas que salvaría de una quema imaginaria de eventos navideños. Concretamente me hace mucha gracia la noche de Reyes, que es cuando en todas las ciudades se celebra un desesperado 'after capitalista' y los comercios abren sigilosamente hasta la madrugada, con horario de bar de copas, como una noche en blanco de las compras regadas por la angustia típica del último momento.

Para los que ya hace tiempo que nos 'bajamos del camello', una expresión que por cierto merece todo nuestro cariño, esta semana debemos exprimir como si fuera un limón seco las pocas fuerzas que nos quedan. Sobrevivimos mancillados tras excesos de diversa combustión que han trufado nuestra existencia con catarros largos y profundos generados por la destemplanza, la pérdida de defensas, resacas apaciguadas mediante sobras. Sostenemos en nuestro cuerpo un hígado a flor de piel y suficiente ácido en el estómago como para fundir el cobre, todo ello pasado por el rebujito emocional de las prisas y la ansiedad. En definitiva, la Navidad en el mundo adulto sirve para que la industria farmacéutica siga siendo el negocio legal más rentable del mundo.

La paulatina incorporación a mi familia de nuevos miembros me está empujando estos días a comprar juguetes, que si me pongo a pensarlo es una cosa que nunca antes había hecho. Lo más parecido que he hecho a comprar algo que pueda denominarse juguete no ha estado en ningún caso relacionado con la infancia. Esta nueva dependencia moral al paradigmático mundo de las jugueterías ha conseguido por otro lado certificar la noción de que la Navidad es sólo para niños, o al menos mucho mejor para ellos, y que la función de los adultos se limita a la mera producción de este proceso de felicidad infantil. Pero, por otro, también la certeza de que a todo el mundo le gusta recibir regalos, incluso darlos, y todo esto le incita levemente a uno a recuperar la ilusión, que quizás sea un eslogan muy Podemos pero no por ello deja de tener sentido.

El hecho de que, como en la canción de Almodóvar, vivamos en una permanente temporada de rebajas quizás provoque la pérdida de otra imagen gloriosa que se repite cada año; masa pizpireta de personas que participa en la avalancha de los grandes almacenes. La nueva versión de esa imagen será la de individuos en sus viviendas presionando el botón de 'actualizar' en el navegador o, por qué no decirlo así, refrescando sus pantallas. La veneración al descuento, la idealización del producto agotado y la necesidad de someterse a una dieta árida y estricta seguirán marcando todos nuestros meses de enero, con el encanto de formar parte de este sinuoso mecanismo de producción de felicidad.

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