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Palabras

Alberto Gómez

Miércoles, 28 de diciembre 2016, 07:45

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Además de indigestiones y reencuentros, e incluso algún que otro reencuentro indigesto, los últimos días del año nos regalan entrañables balances de todo tipo de asuntos. La Fundación del Español Urgente ha presentado los doce términos finalistas a ser la palabra del año, entre los que figuran 'youtuber', 'sorpasso' o 'cuñadismo'. Algunos de estos vocablos, como 'abstenciocracia' y 'posverdad', parecen haberse colado en la lista como esos actores que la Academia de Cine nomina para los Goya aunque su papel haya sido más breve que una rueda de prensa de Rajoy. Puestos a hacer inventarios, se echa de menos un balance de las espantadas más sonadas del presidente. «Venga, que hay fútbol» y «Fin de la cita» serían claras favoritas al triunfo. Pero volvamos a las palabras. Hay que tener cuidado con ellas. Ya lo advirtió Alejandra Pizarnik: tienen filo, te cortarán la lengua. La poeta argentina, que antes de tomarse medio centenar de barbitúricos dejó escrito en una pizarra «No quiero ir más que hasta el fondo», sabía de lo que hablaba.

El uso de las palabras casi nunca es inocente. Manuel Muñoz, el empresario que se abalanzó sobre Teresa Rodríguez para taparle la boca y fingir un beso, ha explicado que se trató de una «broma de mal gusto». Es probablemente la peor expresión posible para definir una agresión machista, pero así lo interpretaron también otros dos testigos, entre ellos el presidente de la Cámara de Comercio de Sevilla, que aún no ha dimitido pese a que eligió reírse en lugar de afear la conducta de su colega. Rosa Montero escribía hace poco sobre los «tibios de corazón», quienes asisten a comportamientos lesivos sin inmutarse, como si aquello no les incumbiera. Todos hemos presenciado escenas así alguna vez, el deplorable modo en que ciertos hombres exhiben su fanfarronería entre las carcajadas de muchos otros, risas que los convierten en cómplices, en culpables por omisión. En cobardes.

A pesar del elevado número de denuncias, de mujeres asesinadas, de agresiones sexuales y verbales, la palabra machismo parece seguir quemando demasiadas lenguas, como si pronunciarla implicase un posicionamiento político cuando no supone más que otorgar visibilidad a una realidad agazapada durante demasiado tiempo entre lo doméstico, entre lo establecido como una cuestión privada y no como una lacra que amenaza a la mitad de la población. Como el lenguaje, ya lo hemos dicho, no es inocente, con el permiso de la Fundación del Español Urgente mi palabra de este 2016 es machismo. Ni un año más.

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