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EL SITIO DE MI RECREO

PISA no paga a traidores

José Antonio Trujillo

Sábado, 10 de diciembre 2016, 08:48

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La educación en España se escribe con renglones torcidos. Rodeados de claustros, inspectores, consejos escolares, confederaciones de todo tipo, asociaciones de madres, de padres y de mediopensionistas, expertos en todo y de todo, a los maestros no les quedo otra que la de convertirse en profesores. De los tiempos del tienes más hambre que un maestro pasamos a los que pintas menos que un profesor. Por suerte para los políticos, no es éste un tema que preocupe a los ciudadanos como dice en sus diferentes oleadas el CIS. Eso les da un amplio margen para jugar y manosear tema tan complejo y relevante como es el de la educación. Pueden poner el acento en los temas menores como la educación para la ciudadanía, o desviar el debate sobre la calidad en la enseñanza, poniendo el foco en un tema tan sensible como el del la selectividad, casi sin ningún costo electoral.

Desde la famosa LOGSE, madre de la generación española más numerosa de 'ninis', hemos conocido todo tipo de leyes educativas que sólo han generado huelgas estudiantiles y asombro por parte de los maestros.

El último informe PISA ha vuelto a decirnos que nuestro sistema educativo lleva quince años obteniendo los mismos pobres resultados, siempre por debajo de la media de los países equiparables al nuestro. El actual ministro del ramo se ha mostrado muy satisfecho ante este pobre resultado. A nadie le puede extrañar su reacción, cuando en España estamos más interesados en quitar los deberes a los niños que en escuchar la opinión de los maestros.

El nuevo mantra en la autodenominada comunidad educativa, es que la solución a nuestros males educativos sólo puede encontrarse de la mano de un gran pacto. Miedo me da ese gran acuerdo educativo. Entiendo que no es más que la excusa para seguir sin hacer nada por mejorar. Un acuerdo de mínimos, donde lo relevante será opinable, y lo accesorio seguirá construyendo el manido discurso político en materia de educación.

Andalucía es un caso aparte. La realidad que reflejan los datos del último informe deberían sonrojarnos y preocuparnos. Pero aquí en el sur, intoxicados de tanta propaganda, nos insisten en que no es para tanto, que hay que matizarlos y contextualizarlos esos resultados. Voces cercanas a la política oficial andaluza educativa insisten en que estos indicadores no tienen en cuenta la asunción de valores ni el desarrollo del espíritu crítico en niveles obligatorios y que se extralimita en sus conclusiones sobre las políticas de los gobiernos. No cabe un tonto más en nuestra tierra traicionando a la educación.

Por suerte, en el mundo serio, PISA no paga a traidores.

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