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LA TRIBUNA

PISA con acento andaluz

Ahora la gente ha dejado de ser ágrafa, sabe leer, pero no lee. Tampoco ha aprendido a cuestionarse el mundo. Ni el mundo natural a través de una cultura científica ni el mundo social

FEDERICO SORIGUER / MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS

Jueves, 8 de diciembre 2016, 10:01

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El informe PISA nos ha vuelto a sorprender y de nuevo comienzan los lamentos y las justificaciones. Hace unos años desde la Junta de Andalucía se inició una campaña de exaltación de la forma de hablar en Andalucía como respuesta a las descalificaciones, procedentes desde instancias diversas del país, como las muy recientes de la señora Cifuentes. Lo andaluz como lo pobre y el acento andaluz como la expresión de la falta de cultura. Aquella campaña fue ridícula además de inútil pues intentaba despertar un nacionalismo andaluz de bajo grado. Ridícula, inútil y populista pues con la disculpa de exaltar el sentido de pertenencia, se trataba de tapar los graves problemas y deficiencias que aún padece Andalucía. ¿Alguien duda de que si Andalucía estuviera a la cabeza de España y de Europa en marcadores de desarrollo social y económico este mismo acento hoy sería de buen tono en los salones de las cortes de los poderosos?

Porque el problema no es el acento andaluz sino la indigencia cultural que todavía reside en los lugares más insospechados de la sociedad andaluza y que oscurece la enorme riqueza que Andalucía encierra. Porque Andalucía no converge. Especialmente no converge culturalmente. Limitémonos en esta columna a la educación. Desde el minuto uno de la Transición el objetivo fue la universalización de la educación. Que los andaluces dejaran de ser mayoritariamente analfabetos fue, sin duda, un éxito. Pero ahí se quedó la cosa y en el minuto dos había que haber intentado algo más. Y es entonces cuando todas las fuerzas políticas levantaron el píe del acelerador. Como aquí ha gobernado la izquierda hablaremos de ella. Conseguida la universalización, para esta izquierda los objetivos educativos fueron, sobre todo, el igualitarismo y el reforzamiento de la cultura popular. La consecuencia al cabo de tantos años ha sido la mediocritas. Porque la obsesión igualitarista nada tiene que ver con la igualdad de oportunidades o de salida y ni siquiera con la igualdad de llegada. Se ha puesto mucho más énfasis en la homogeneización que en la emulación, en el reforzamiento de la cultura popular que en la disciplina y el esfuerzo. La cultura popular, tal como la entendía el creador de la antropología moderna Fran Boas tiene más que ver con el conjunto de hábitos y costumbres que identifican a una comunidad en un momento determinado, que con el mérito. Se tiene una cultura popular por el mero hecho de vivir en este sitio y no en otro cualquiera. Puede ser maravillosa en algunas cosas y execrable en otras. Aquí y en Sebastopol. A los nacionalistas etno-económicos de siempre, a los nuevos e insolidarios nacionalistas del PP de Madrid y a los folko-nacionalistas andaluces habría que recordarles lo que decía George Brassens (traducción libre), «todos los imbéciles han nacido en algunas parte». Pero la cultura popular no es algo de lo que se tengan que ocupar ni los políticos ni mucho menos la escuela. Ya se encarga la sociedad, que es de donde surge. Sin embargo en Andalucía las clases dirigentes de la etapa democrática desde el primer momento se pusieron al frente de todo lo que oliera a popular hasta apropiárselo, utilizándola como el mejor instrumento para controlar a esa misma sociedad. A pesar de los maestros, víctimas y héroes de esta historia. Ahora la gente ha dejado de ser ágrafa, sabe leer, pero no lee. Tampoco ha aprendido a cuestionarse el mundo. Ni el mundo natural a través de una cultura científica ni el mundo social a través del pensamiento crítico. Hasta hace no mucho las personas que no sabían leer ni escribir, las clases más desfavorecidas eran conscientes de su ignorancia. Sabían que no sabían y se rebelaban para intentar cambiarlo. Al menos lo intentaban. Además su cultura, sus conocimientos, eran el resultado de una transmisión oral que le proporcionaba una extraordinaria riqueza expresiva y comunicativa. Así lo reconocieron todos los estudiosos que hicieron investigaciones antropológicas y lingüísticas en Andalucía. Pero las actuales generaciones alfabetizadas no saben que no saben y ni siquiera se cuestionan su identidad comunicativa. Hoy una parte significativa de la población ha empobrecido su lenguaje y con él la capacidad de expresar conceptos e ideas más o menos complicadas. En su lugar han reforzado el acento oscureciendo la pronunciación. Con estas mimbres la tosquedad está servida. La cuestión se agrava por las nuevas tendencias de la sociedad del consumo masificado. Son, precisamente, estos grupos menos favorecidos culturalmente (a los que ahora la consejería de Educación echa la culpa de los resultados del informe PISA), los que tienen menos instrumentos para defenderse de los mensajes, las modas y el consumo. Hoy la cultura popular la impone la televisión, el mercado y el mundo de la farándula y el espectáculo.

Por otro lado ya no es, como en algún momento ocurrió, que las masas intentan imitar el estilo y la vida de la burguesía. Ahora los límites están difusos y son precisamente estas grandes masas las que marcan tendencias y estilos. Las clases medias terminan siendo contagiadas, al menos parcialmente, de las maneras de expresarse social y estéticamente de aquellos grupos menos favorecidos culturalmente. Hace algún tiempo escribí críticamente sobre la película 'Carmina o Revienta', ese gigantesco monumento a la ordinariez andaluza. Me escribieron algunas personas indignadas por lo que al parecer supuso un desprecio a las clases populares, verdaderas representares de la identidad colectiva. Pablo Aranda en una de sus columnas en el SUR contaba que en la presentación de un libro, le hicieron un extrañísimo comentario presuntamente elogioso: «¿Escribes tan bien para compensar tu forma de hablar?» Su interlocutor se refería al acento andaluz. «Contesté lo que pensaba y no le di mayor importancia, para qué ocuparme de tonterías».. «pero son muchas veces ya y cansa» (-escribe Pablo Aranda-). Querido y admirado Pablo, me parece que aún te queda trabajo para rato, porque en Andalucía vamos sobrados de identidad. Lo que nos falta, al parecer, es otra cosa.

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