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Culpables

Alberto Gómez

Miércoles, 30 de noviembre 2016, 10:23

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Pasamos media vida buscando culpables. Nuestro carrusel de aversiones y conclusiones precipitadas, pero recurrentes en la tertulia del bar o las redes sociales, se activa igual con el estreno de una película que con la muerte de una senadora. Esa necesidad constante de fiscalizar el mundo, de reducir asuntos poliédricos hasta convertirlos en una simple bola de papel que lanzar a las cloacas propias del debate político, deja en evidencia las costuras del estado policial que hemos construido con patológica perseverancia y cierta vocación de investigadores de salón. Las teorías de la conspiración que culpan del fallecimiento de Rita Barberá a los medios de comunicación y a la izquierda, también a parte de la derecha, obvian explicaciones tan básicas como su estilo de vida, poco recomendable pero elegido libremente. No es ningún secreto que la exalcaldesa de Valencia, animal político como era, prefería aparecer en Las Provincias que en Saber Vivir. La muerte, con su fatal interrupción, no condena ni exculpa a Barberá del delito de blanqueo de capitales que ya siempre será presunto, por mucho que algunos, de un lado y otro, se empeñen en dictar sentencia póstuma.

En otras ocasiones, la búsqueda continua de culpables tiene como objetivo sacudirse la propia responsabilidad y justificar las malas decisiones o la inacción que han puesto piedras en un camino que esperábamos allanado. Hay verdaderos profesionales en el peculiar deporte de echar balones fuera, tantos que darían para una liga con varias divisiones. El sector cultural es especialmente fértil en ese sentido, porque la falta de éxito, pese a la relatividad del concepto, siempre es achacable a factores externos, desde la incomprensión del público a la ausencia de apoyos. Fernando Trueba, a quien no le faltan apoyos ni talento, dijo durante la recepción del Premio Nacional de Cinematografía, hace más de un año, que no se había sentido español «ni cinco minutos». Miles de tuiteros furiosos han mascado su rencor desde entonces para vomitarlo ahora, coincidiendo con el estreno de su película 'La reina de España'. Más allá de la incoherencia de aceptar un premio precisamente nacional bajo ese discurso, duele ver a un cineasta de la talla de Trueba teniendo que defenderse por decir lo que piensa. Twitter ya ha demostrado que su influencia es limitada y el cine español vuelve a pecar de autocomplacencia si la conclusión que saca es que el tropezón en taquilla se debe a un complot urdido en redes sociales. Llegará un momento en que no haya culpables para tanta culpa.

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