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EL EXTRANJERO

Selva

Antonio Soler

Domingo, 27 de noviembre 2016, 10:00

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La muerte de Rita Barberá, más allá del drama personal, ha sido un espejo ante el que ha quedado plasmado el espíritu de nuestra sociedad. Hay quien se ha detenido a reflexionar sobre esa foto fija y quien la ha tomado como una secuencia más de una película interminable en la que la muerte de la ex alcaldesa es simple atrezzo. En ambas actitudes entran políticos y periodistas. La primera cuestión estribaba en solventar si la muerte estaba directamente relacionada con su situación política, judicial y social. La cardiología, subrayando el sobrepeso y su condición de fumadora, apunta en otra dirección. Pero las cosas del corazón, con la sentimentalidad que se le confiere a ese órgano, ha causado más conmoción que si Barberá hubiera sido víctima de un accidente de tráfico, por ejemplo.

De ese modo, el acoso y el abandono sufridos por la ex alcaldesa de Valencia han convertido su final en un símbolo. Y en una realidad incuestionable. Esa mujer ha muerto repudiada y envuelta en un indudable manto de tristeza. A estas alturas está casi todo dicho sobre este asunto. Sobre el papel que han jugado la prensa y los políticos, entre ellos muchos de sus compañeros de partido que, o la dejaron caer sin mover un dedo, directamente la tacharon de indigna o, por último, consideraron que su caída era un precio que el partido, después de tantas corrupciones, debía pagar. Una moneda de cambio. El cinismo de algunos de los antiguos compañeros de Barberá, tipo Rafael Hernando, ha quedado patente. Eso, ya lo decíamos hace tiempo hablando de la ahora difunta, pertenece a la feria de las vanidades, que es un modo elegante de llamar a la ley de la selva.

Han señalado como acosadores a la prensa, a algunos políticos y a la opinión pública, olvidando que la opinión pública está determinada por aquello que le transmiten los políticos y la prensa. Y que si ha sido dura con Rita Barberá se ha debido a una reacción ante tanta corrupción y ante aquello que transmiten los medios. Sobre la baja catadura moral de algunos políticos se habla cada día, la propia Barberá ha sido blanco de esos dardos. Sobre el tono y el modo en que lanzamos los dardos los que tenemos una tribuna en la prensa, no importa de qué dimensión sea, se habla menos. Y ahí encontramos demasiadas veces auténticos escualos siempre dispuestos a anteponer una metáfora brillante a la realidad. El viejo dicho periodístico que pide que los hechos no nos arruinen un titular tiene su correspondencia entre los columnistas. También en esta tribu hay de todo. Desde francotiradores de pacotilla a los que alguna vez he oído decir «a ver a quién me cargo hoy» a aspirantes a literatos que anteponen su lucimiento personal a cualquier planteamiento ético. Ante la muerte de Barberá algún castizo concluirá que entre todos la mataron y ella sola se murió. Metafóricamente podría valer, aunque su muerte física nada tenga que ver con el lema.

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