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LA TRIBUNA

Un pacto educativo sin tufo político

A los alumnos/as que alborotan, molestan e incordian diariamente en clase se les ha de llamar eufemísticamente 'disruptivos', en algunos casos se les suman los padres y madres

JOSÉ LUIS RAYA PÉREZ. PROFESOR DE INSTITUTO

Lunes, 31 de octubre 2016, 09:35

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Pues claro que se necesita un pacto por la educación ya, pero que sea sólido, contundente y eficaz, y cuando decimos 'ya' quiere decir ahora, esto es algo que se viene insinuando desde hace tiempo y nadie se pone manos a la obra, porque se trata de una obra integral, desde los cimientos. Lo único que se ha hecho es poner parches, blanquear paredes enmohecidas, forrar vigas de madera carcomida, repellar desconchones y, en definitiva, escurrir el bulto y dejar la casa renqueante.

Nadie comprende las criptográficas directrices que nos encomiendan para fortalecer las estructuras anteriores que, por lo visto, se han quedado obsoletas en unos meses. Si hubimos de habituarnos a las competencias - competencias clave, logros y marcadores-, y otros términos que nombraban cuestiones ambiguas y difusas, ahora nos invade otra retahíla de palabros como 'ludificación' como nuevo concepto que surge de no sé qué diccionario caótico, sin embargo la supernova radica en la nueva transversalidad, que aparece como una segregación y materialización de los antiguos criterios de evaluación. No los confundamos con los criterios de calificación. Hay que añadirle a lo anterior el diseño de pruebas estandarizadas y comparables.

Ya tenemos el edificio pintado y reluciente con magníficos proyectos (programaciones) que no responden realmente a las necesidades educativas actuales de los alumnos, ni del profesorado. Mientras tanto, nos hacinan las aulas con alumnos y alumnas de lo más variopinto, procedencias, formaciones e incluso con un deficiente dominio del castellano. Nos tenemos que ramificar y multiplicar para poder sobrellevar toda esta bendita diversidad, que nos sobrepasa porque con más de treinta alumnos por clase es imposible atender toda esta pluralidad. Éste sería el quid de la cuestión: reducir drásticamente la ratio. Para ello habría que invertir mucho más en la contratación de nuevos profesores y pedagogos que atiendan estas diferentes necesidades, de lo contrario no se puede avanzar. Especialmente porque en muchas ocasiones los padres y madres no colaboran: algunos son sobreprotectores y otros ni se preocupan por las calificaciones de su hijo-a; los hay que les compran el último modelo del Iphone y otros que no pueden - en otros casos ni quieren- comprarles un libro de lectura, ya que se supone que la educación es completamente gratuita. Son padres y madres que miman y aplauden todas las decisiones y actitudes de sus hijos-as y algunos, son pocos afortunadamente, ven al profesor como el enemigo a batir que va a hacerle la vida imposible a su hijo, pues le ha cogido manía. Como si el profesor no tuviera otros menesteres en la cabeza como para tener que cogerle manía a su niño. Son padres y madres que en vez de colaborar lo único que hacen es molestar y entorpecer el desarrollo de su hijo. Más vale que se hicieran a un lado. A los alumnos/as que alborotan, molestan e incordian diariamente en clase se les ha de llamar eufemísticamente 'disruptivos', en algunos casos se les suman los padres y madres. Afortunadamente son casos contados -o no tanto-, pero la presencia de estos puede entorpecer considerablemente el desarrollo y bienestar de una inmensa mayoría que ha adquirido hábitos de estudio y sobre todo de educación que sus padres y madres se han preocupado por inculcarles. Lo cual es de agradecer enormemente, viendo cómo está el patio.

Junto a este infecundo panorama nos topamos con otras incongruencias varias que se vienen arrastrando de cursos anteriores, como la ilógica 'promoción por imperativo legal', en la que el niño o la niña perdían un curso sin hacer nada porque sabían que pasaban al siguiente - esto es promocionar- . Lo peor de todo es que también se lo hacían perder al resto y al profesor o maestro, molestando o incordiando continuamente. Para rizar el rizo se propugna una serie de pruebas - reválidas- para calibrar el grado de competencias y sapiencia que el alumno ha adquirido. ¿Qué capacidad tendrá ese niño o niña que ha pasado de curso por imperativo legal sin hacer absolutamente nada a lo largo del año? ¿A qué viene eso de la diversidad en bachillerato con adaptaciones incluidas? ¿No se supone que tras la reválida - que nadie sabe cómo será- el alumno está preparado para cursar estos niveles? En fin, hay una serie de insensateces que hacen que este tinglado se tambalee y haga aguas por todas partes, en el que se emplea mucho más tiempo en cómo en enseñar que en el enseñar mismo, condimentado, a su vez, con un interminable y angustioso papeleo.

Ahora nos endosan la ardua tarea de reestructurar una serie de programaciones didácticas con nuevos términos y mensajes que podrían ser factibles en clases de quince alumnos, pero, como todo el mundo sabe, un maestro lo mismo vale para un roto que para un 'descosío' y disponemos del don de la ubicuidad, la infalibilidad y cómo no, podemos, incluso, multiplicarnos por diez. Se necesita urgentemente un pacto de Estado por la educación en la que se impliquen todas las instituciones: autonomías, diputaciones, ayuntamientos y familias evidentemente. Que sea duradero y por supuesto que esté libre de cualquier tufo político.

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