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GOLPE DE DADOS

Ultras

Alfredo Taján

Jueves, 20 de octubre 2016, 10:07

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La batalla campal entre nuestra policía y los 'hooligans' del equipo de fútbol polaco Legia, el pasado martes en Madrid, hubiera llevado a Catulle Mendès a escribir aquello de «hasta aquí llegó el escándalo»; lo cierto es que se presenciaron escenas vomitivas en los aledaños, y fuera de los aledaños, del Santiago Bernabéu, que a veces torna su imagen de campo de fútbol a camposanto. No encuentro respuesta alguna que me haga comprender a un Ministerio del Interior que ordena disparar contra refugiados que sólo quieren un espacio transitable, y por otra parte, deja entrar impunemente a estos energúmenos que destrozan jardines, atacan bares y restaurantes, insultan y persiguen a decenas de mujeres, roban y descuajaringan puestos callejeros, a lo que sigue una ristra de situaciones de la peor ralea, la misma que les permiten en Polonia, desde la cúspide más alta, hasta al último mono, y nunca mejor dicho, porque entre los desalmados emergió un gorila cracoviano de dos metros que se enfrentó a varios agentes policiales, los hirió, hasta que fue reducido, con la cara hecha un cromo, e internado en uno de los furgones de la nacional. Supongo que a estas horas vuela en primera clase hacia Varsovia, como si fuera un angelito, o un isogrifo catedralicio, del rey Juan Sobiesky.

El espacio Shengen, ese que creó la Unión Europea, hace unos años, para que circuláramos libremente todos los europeos, facilita nuestra movilidad en los países asociados, pero entiendo que correlativamente debe intensificar el control de nuestros compañeros de viaje, los nuestros, los de dentro, no los de fuera. Tanto control a Grecia, tanto miedo a los expulsados, a las reformas económicas no tuteladas, y resulta que los cambios constitucionales polacos o húngaros, que son auténticos golpes de estado solapados, sólo reciben un tirón de orejas. No olvido que la UE ha intentado frenar el humo nacionalista de estas bellas naciones, pero infructuosamente. Ni las élites políticas polacas -Kaczynski, el gemelo que quedó vivo-, ni las húngaras -el neofascista Viktor Orbán-, parecen darse por enterados. Hace ya muchos años, mi profesor de constitucional en Granada, el tristemente desaparecido Juan José Ruiz Rico, me comentó que se alegraba de la caída del general procomunista polaco Jaruzelski, pero que no le encajaba bien el parentesco entre el sindicato Solidaridad, su líder, Lech Walesa, y la virgen negra de Chestokova, cuyo enviado a la tierra era, sin lugar a dudas, el cardenal Wojtila, futuro Juan Pablo II, te quiere todo el mundo. Ustedes saben, que a lo largo de su historia Polonia ha sido escarnecida por sus poderosas vecinas, Rusia y Alemania. Por eso me sorprende el auge de ideologías y comportamientos radicales en una nación que ha sufrido humillaciones continuas, guetos terribles y campos de concentración en los que se masacró a cientos de miles de personas inocentes. También les confieso que me gustaron los cinco goles que marcó el Real Madrid, aunque no le gusten ni a Piqueras ni a la virgen de Chestokova.

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