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Escaparate
LÍNEA DE FUGA

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La Biblioteca Provincial lleva dos décadas olvidada y manoseada por la trifulca política

Antonio Javier López

Domingo, 16 de octubre 2016, 09:46

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Los cardiólogos hablan del 'Síndrome del escaparate' para referirse a una dolencia que merma el riego sanguíneo, sobre todo, en las piernas. Quien la padece siente entonces un hormigueo, dolor, y encuentra alivio deteniéndose y tomando aire. Como a muchos les pilla el renuncio en plena calle, optan por mirar los reclamos de las tiendas, de ahí el poético bautizo del trastorno. Y como la poesía está en todas partes, los médicos hablan del síndrome como «una claudicación intermitente», sin saber quizá que estaban diagnosticando a toda una ciudad. Los síntomas comenzaron hace más de dos décadas. Pasaron más o menos cerca unas Olimpiadas y una Exposición Universal y la ciudad sintió el dolor punzante de la modernidad. Se lanzó entonces a fraguarse un nuevo perfil de sí misma y la escultura de su futuro dejó un vaciado de pasado y memoria.

Primero arregló el desaguisado de levantar sobre un Teatro Romano una Casa de la Cultura. Demolió el edificio y con el tiempo se ha demostrado que las ruinas perviven en el porvenir de la institución que quedó desalojada. Los libros de la Biblioteca Provincial salían en carretillas desde la calle Alcazabilla hasta un edificio con aire de nave de polígono situado en la avenida de Europa, frente al descampado donde unos ven el gran parque urbano que no tiene la ciudad y otros sueñan con varias torres de pisos, recordándonos así que son capaces de caer dos veces en el mismo ladrillo.

Han pasado 22 años desde aquella mudanza «provisional» y la Biblioteca Provincial sigue con el futuro torcido como renglones de Dios, olvidada y al mismo tiempo manoseada por la trifulca política con sordina. Porque la biblioteca es del Estado, está gestiona por la Junta y para levantar una nueva sede necesita permisos municipales. Y cuando en esos sitios no gobiernan los mismos, el asunto se avinagra y no hay quien se lo trague. Sucedió hace una década, cuando parecía abrirse la puerta del convento de San Agustín. Luego la cerraron con el cuento de llevarla a la Trinidad. Ahora dice el Gobierno que no, que de nuevo a San Agustín. Y por el camino han (hemos) perdido otros dos años.

Además, el destino de la biblioteca ha estado unido demasiado tiempo al de otro proyecto que también dependía del Gobierno y de la Junta, que también ilustra nuestro avanzar como huida hacia adelante y que, al cabo, ha tenido mejor suerte. Un par de años después de que la biblioteca saliera de la Casa de la Cultura, la Junta desahuciaba el Bellas Artes para dejar su sitio al Museo Picasso. Debieron pasar tres manifestaciones, una década y que mandaran los mismos en Madrid y en Sevilla para que se cumpliera la reivindicación ciudadana que pedía 'La Aduana para Málaga'. En ese tiempo, no obstante, en Madrid usaron el convento de San Agustín para enredar con el Bellas Artes, olvidándose de la biblioteca. Ahora el museo provincial enfila las últimas semanas de su travesía de dos décadas en el desierto de los almacenes para verse al fin en el edificio más imponente de la ciudad. La ciudad que se echó a la calle por un museo y que contempló de soslayo cómo se iba marchitando su gran biblioteca. En los despachos olieron que por ahí se iba al futuro, apostaron por el arte, dejaron languidecer los libros y marcaron su camino para los años siguientes.

Quienes pisan moqueta vieron en los museos un extraordinario sistema de autopromoción, renovado cada pocas semanas con una colorida fotografía que promete modernidad y desenvoltura en la aldea globalizada. Nada que ver con la oscuridad de un teatro, con la vibración íntima de la danza, con el silencio de una biblioteca, con el diálogo de un club de lectura, con la emoción de la música sacada del oasis veraniego de los estadios y los festivales.

Para colmo, los museos pueden incluso apañar la melancolía de los domingos por la tarde sin gastarse un euro. Da igual si ante los ojos hay un proyecto endeble, fatuo, caído aquí como podría estar en cualquier otro lugar. El caso es salir, darse una vuelta, ver algo bonito y detenerse a contemplar nuestro propio escaparate.

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