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ABOGANDO

BANCOS

NIELSON SÁNCHEZ-STEWART

Miércoles, 5 de octubre 2016, 09:46

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No voy a referirme a los asientos, con respaldo o sin él, en que pueden sentarse dos o más personas sino a las empresas dedicadas a realizar operaciones financieras con el dinero procedente de sus accionistas y de los depósitos de sus clientes que no tenemos más remedio que utilizar. Creo que hoy es imposible sobrevivir si no se mantiene relación con una o más de estas instituciones. Y lo que te rondaré, morena, ahora que se está barajando la idea de hacer desaparecer el dinero físico y reemplazarlo en su totalidad por las tarjetas de crédito y demás medios de pago electrónico. Cada día se inventa una cosa nueva. Se está hablando mucho, demasiado de los bancos y eso no es siempre bueno. Hace tiempo, sólo aparecían en los periódicos para que nos enterásemos de los cuantiosísimos beneficios que habían obtenido en el ejercicio anterior, una noticia que me impulsaba inmediatamente a tratar de determinar cuánto ganaban en un día, en una hora y en un minuto, cálculo que me sumía en el desconsuelo por la injusticia que representaba. Después se empezó a hablar de los chanchullos que algunos de sus directivos, espero que una minoría, habían tramado para salir indemnes -y no sólo indemnes- de unas pérdidas que obligaron a rescatar a unos pocos. Ahora, las noticias que nos regalan son otras. Recortes de personal. No sólo en Alemania sino también aquí mismo, espero que no en Marbella. Uno de los más familiares, con dos sucursales casi enfrentadas, a uno y otro lado de la avenida ha anunciado que tres mil empleados se van a sus casas, un término más suave que decir que se van a la calle, lo que tampoco es del todo exacto. Espero que eso no quiera decir que las cosas van mal sino que la tecnología avanza y ya no es necesario contar con tanta gente para dar el mismo servicio. Además, que a los pobres que se quedan se les exige y se les exigirá más. En el país del norte, en cambio, la reducción es consecuencia directa de los malos resultados.

Como ya es una realidad que el dinero no vale nada -por lo menos así parece porque nadie paga nada cuando se lo depositas- y los tipos de interés, incluso para las hipotecas están por los suelos, los bancos han desarrollado otros medios de ganarse la vida a costa, claro está, de sus forzados y esforzados clientes: las comisiones. Hay que pagar por todo. Por enviar dinero por transferencia, por recibirlo, por emitir un cheque, por ingresarlo en tu cuenta, por mantenerla... Es verdad que te prestan un importante servicio, no sé qué haría si no fuese por las domiciliaciones de los pagos corrientes, teléfono, electricidad, contribuciones... Me parece que me pasaría la vida haciendo cola para abonar estas gabelas. Pero me gustaría que estas facilidades que nos ofrecen se compensasen con el privilegio de poder utilizar mis modestos ahorros en su propio beneficio sin pedirme permiso. Personalmente, no me puedo quejar. Mi banco me trata razonablemente bien pero me entra la duda si es por mis méritos o porque María José es una fiera y no les deja pasar ni una. Muchos otros no son tan afortunados.

Hay cada día más cosas que no se pueden satisfacer sino mediante la intervención de una entidad bancaria. Se acabaron los días en que era posible ir con un fajo de billetes a la Agencia Tributaria a ponerse al día con el fisco. Sería hasta sospechoso. Ahora se emplea un sistema bastante complicado de cargo en cuenta. Lo mismo sucede con otras operaciones que los hacen imprescindibles.

Los admiro. Han sido capaces de evolucionar, de transformarse, de fusionarse, de refundarse y de sobrevivir las crisis que nos han asolado. Pero, por alguna razón que se me escapa, han decidido pasar a la semiclandestinidad. ¿No se ha fijado Ud. que ya no aparece nunca, o casi nunca, la expresión «banco» en los llamativos carteles o rótulos que decoran sus fachadas? Ni tampoco en su publicidad. Todos emplean o siglas ininteligibles a las que nos hemos acostumbrado o simplemente el adjetivo que les caracteriza.

¿Por qué será?

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