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CALLE ANCHA

EL LUGAR DE LA ENSEÑANZA

PACO MOYANO

Martes, 27 de septiembre 2016, 10:08

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EN la actualidad la gran mayoría que integra la sociedad marbellí aspira a que sus hijos terminen cursando estudios universitarios. Seguramente una adecuada formación profesional proporcionará trabajo con más posibilidades que las enseñanzas superiores, pero sigue pesando mucho la presunta pátina de prestigio que proporciona el paso por las aulas universitarias. La situación de las infraestructuras educativas en Marbella continúan siendo deficitarias, como se encuentra suficientemente contrastado, y sin que nada haga suponer que la situación vaya a cambiar a corto plazo; es uno de esos asuntos enquistados que demuestran a las claras la falta de entendimiento entre administraciones que parecieran situarse en una esfera de intereses situada por encima de los ciudadanos y sus necesidades. Un tiempo hubo, cuyos últimos coletazos algunos llegamos a vivir, en que no todos los niños eran escolarizados y muchos otros lo hacían en condiciones deficitarias, de forma que asistían solamente durante una parte de la etapa escolar o eran protagonistas de un acusado absentismo propiciado por la necesidad: caso de las familias que se valían de los niños para la ejecución de trabajos como diferentes tipos de recolección; durante esos periodos dejaban de asistir a las aulas. Hasta bien avanzada la década de los sesenta, en Marbella no resultaba extraño que las familias proporcionasen la silla donde el pequeño pupilo debería sentarse en la escuela. Es una anécdota que responde a la más rigurosa realidad, que en la 'Agrupación Mixta Parroquial' (antecedente del actual Colegio Monseñor Rodrigo Bocanegra), debido a la masificación, llegó a utilizarse como mesa alguno de los recipientes que contenían la leche en polvo ('generosa' contribución de la ayuda americana) que periódicamente se repartía al alumnado. Muchas familias aspiraban exclusivamente a que sus hijos cursasen 'algún año de bachiller'; con eso podrían entrar de 'botones' en alguna oficina bancaria para desarrollar una posterior carrera administrativa, en tiempos en que aún se podía tener alguna confianza en los bancos y los clientes eran tratados con respeto. Aunque desgraciadamente pocos, constituyendo aún una memoria viva que se escapa, permanecen algunos marbellíes que asistieron a la escuela del maestro don José Lozano, situada en la calle del Viento, impartiendo clase coincidiendo con el buen tiempo, en el patio del Convento de los Trinitarios. Muy popular también en la época el perro del maestro que se llamaba 'Batalla'. A pesar del rigor de la pedagogía del maestro, próxima al postulado de que la 'letra con sangre entra', sus alumnos guardaron un buen recuerdo, una memoria agradecida de la labor desempeñada. Cuando un alumno en la escuela de Solano levantaba un dedo significaba que tenía necesidad de aliviar aguas, cuando levantaban dos dedos la necesidad era mayor y necesitaba de papel; las hojas de periódicos eran muy recurrentes. En tiempos de la República las niñas contaron con las Escuelas Unitarias ubicadas en la Plaza del Santo Cristo y regentadas por las maestras ('maestras nacionales') doña Ramona Vargas y doña Elisa Navarro. Con anterioridad, en tiempos de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, se había abierto la Escuela de Orientación Marítima del Pósito de Pescadores Virgen del Carmen, dirigida a los hijos de los pescadores. Su programa era una mezcla entre la enseñanza tradicional y una cualificación profesional para el ejercicio del trabajo en el mar. Don Emilio de Pina y don Juan Belón Lima fueron los maestros de esta escuela, situada entre el Saladero y el Muelle de Piedra, frecuentemente rodeada de agua cuando la marea subía. Curiosamente antes de que se inaugurase en Marbella el primer grupo escolar de carácter público (Colegio Nuestra Sra. del Carmen, 'El Castillo', coincidiendo con el inicio del curso 1960-61, dirigido por don Antonio Duarte Giménez) comenzó su andadura el Instituto de Bachillerato en 1955, siendo su primer director don Jaime Molina. La consecución del Instituto suponía la realización del sueño que ya había tenido en 1931, con la llegada de la República, el administrador de correos, don Juan Medina Ezquerro, que trabajó para ello sin conseguirlo pero haciendo calar en las autoridades locales esa aspiración.

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