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HABLAR Y VIVIR

Lampedusiano

Antonio Garrido

Domingo, 18 de septiembre 2016, 10:36

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No se moleste el avisado lector en buscar en el diccionario de la RAE. El adjetivo no aparece en la magna obra y no exagero en lo de magna. Lo que os llamará la atención es que la palabra se ha usado mucho en boca de políticos de partidos diferentes en los últimos días. Me quiero preguntar la razón.

No es que la palabra no se haya usado en el lenguaje político; de hecho, como explicaré el origen es una situación política. A los políticos de todas las épocas les gusta dar la imagen de cultos. No han faltado en la historia del parlamentarismo figuras de gran cultura y no quiero dar una lista que se quedaría muy corta. Citaré a Cánovas y a Azaña, tampoco era ignorante Alcalá Zamora ni Canalejas ni Castelar ni. ¡Basta!, que se me termina el espacio.

Comparado con otros tiempos los actuales, como no podía ser de otra manera, reflejan el bajo o bajísimo nivel cultural de España. Ya sabemos que tenemos la generación más preparada, que se lo crea el que quiera, y eso se ve en el hemiciclo donde la luz de la sabiduría deslumbra como el sol de Apolo.

Pasar por culto fue un deseo casi permanente a lo largo del tiempo, y digo casi porque hoy se alardea de ignorante. En el programa que es mina constante de ejemplos, una tertuliana, ignara total, pone ese final en la segunda persona del pretérito indefinido: dijistes, hablastes, vinistes. Es incorrecto y absolutamente vulgar. Otro tertuliano la corrigió señalando que no se usa la ese final. La señora se puso hecha una fiera y se burló de lo que consideraba un insulto y una pedantería.

Aunque la cultura en el mundo político no se valora demasiado, insisto en que da tono y queda bien. Es como la fábula de la zorra y las uvas. Recordemos: ¡Están verdes! Es cierto que hoy coger un poco de barniz es fácil. Están las bases de datos de las redes, los libros de citas, los resúmenes de arte, de literatura. No faltan fuentes pero el riesgo es la impostación, se nota demasiado que es un falso conocimiento.

Nos trasladamos, ojalá fuera posible, a una ciudad que amo profundamente, Palermo. La verdad sea dicha, cada vez me voy reduciendo más al Mediterráneo, con Roma por encima de todo.

En 1896 y en la ciudad parmelitana nació el príncipe Giuseppe Tomasi de Lampedusa, de la más rancia nobleza. Murió en Roma en 1957. Fue un hombre solitario que prefería el trato de los libros al de las personas. Se educó en el palacio familiar y su madre fue el gran amor de su vida. Se casó pero a la hora de elegir entre las dos mujeres no dudó, el regazo cálido de mamá. Era cultísimo y gran conocedor de las literaturas extranjeras.

No era dado a la vida social y es autor de una sola novela, la más que famosa 'El gatopardo', publicado en 1958, póstumamente y después de gestiones infructuosas.

Se trata de una novela histórica que tiene como marco la Unificación de Italia y el fin del reino de las Dos Sicilia en el que su familia brilló. Es, por tanto, un texto de decadencia, de crepúsculo; un texto de una belleza sublime, de una prosa admirable, un clásico en el sentido más pleno del término.

Tengo que refrenarme para no hablar de la obra. Vayamos a la frase. El protagonista es el príncipe de Salina, Fabrizio. Un noble a la antigua que se va arruinando lentamente. Su sobrino, Tancredi, es un joven ambicioso y trepador. Ha luchado al lado de Garibaldi frente a los Borbones, traicionando su linaje. Se casará con una bella joven que pertenece a la clase emergente, a la burguesía poderosa.

El nuevo reino unificado desea congraciarse con la antigua aristocracia. Al príncipe le ofrecen ser senador del reino; él, fiel a sus orígenes, se niega y no acepta. Tancredi intenta convencerlo y pronuncia la famosa frase que resume siglos: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».

Se trata del cinismo, de la falta de ideología, de hacer lo que haga falta para conseguir y mantenerse en el pode. Con dos sufijos se crearon las palabras gatopardismo y lampedusiano que se pueden usar indistintamente como ejemplos de falta de escrúpulos.

Estos días lampedusiano se ha repetido mucho para acusarse unos a otros. Es un buen ejemplo de la multifunción del léxico. A Podemos se le atribuye el adjetivo y Podemos lo aplica a los partidos tradicionales. Parece que el origen de la frase se encuentra en un artículo de Alphonse Karr, publicado en la revista 'Las Avispas' en enero de 1849.

Un consejo. Si el texto político es anodino, aburrido y ramplón, no coloque una piedra preciosa que se nota mucho. Me quedo con el baile de Lancaster y la rica plebeya en la versión cinematográfica de Visconti.

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