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ABOGANDO

No se está seguro en ninguna parte

Desde la Guerra Civil nadie que ocupase ese cargo había sido víctima de un hecho delictivo mientras estaba desempeñándolo

NIELSON SÁNCHEZ-STEWART

Miércoles, 7 de septiembre 2016, 08:33

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HAY un país bastante cerca del Polo Sur -dicen que limita con él por la parte de abajo- que es, según se afirma, el más seguro de toda América. Lamentablemente eso no es mucho afirmar. Las armas no fueron inventadas, a pesar de lo que alegue el partido del rubicundo candidato, para defenderse sino para todo lo contrario. No pasa mes sin que aparezca por allí un bestia y despanzurre a unos cuantos cuyo único pecado era haber ido a un centro comercial. Obiter dicta, la adicción a esas visitas es un pecado pero no debe castigarse con la muerte. El principio de proporcionalidad es esencial en el derecho sancionador. En el país que evoca la pequeña Venecia, pareciera que están tratando de solucionar el problema del desabastecimiento deshaciéndose de cada vez más ciudadanos. En el gran país, que ha salido no tan mal parado como se preveía de los recientes Juegos Olímpicos, han empezado a cargarse desde la presidenta. Hay zonas, bastantes, donde es mejor no aventurarse. Así que este honor que se le confiere a esa tierra es bien modesto. Es cierto que no mueren en las calles todos los días víctimas de la violencia pero cada año se inventa algún nuevo método para apoderase de lo ajeno. En 2015 aparece el 'portonazo', un ingenioso sistema para hacerse de un automóvil sin tener que pagarlo, ni registrarlo a tu nombre, ni abonar el IVA, ni perder el tiempo en tonterías. Consiste en esperar pacientemente al dueño de casa en la puerta. Cuando, después de trabajar, llega el hombre, o la mujer, mejor, con su coche, se la sustituía al volante una vez se había bajado a abrir el portón -de allí el nombre- de entrada. Este año, ha aparecido el 'turbazo', una fórmula de adquirir especies en un supermercado o en una gran superficie sin el aburrimiento de hacer la cola de la caja que, a veces, es de lo más latoso. Para llevar a la práctica esta nueva manifestación del progreso, es necesario contar con muchos amigos, mientras más mejor. Formar así una pandilla, sincronizar a sus integrantes y entrar amablemente, aunque algo rápido sí, coger todo lo que resulte atractivo y salir corriendo. El grupo se distribuye según su sexo. Mientras las damas, siempre más confiables en cuanto a su exquisito gusto y a la detección de las piezas de más valor, eligen y recogen los efectos que se exportarán de la tienda, los caballeros, a veces ayudados por porras que siempre son más convincentes que las palabras, custodian la evacuación para cerciorarse que los guardas de seguridad, muy inferiores en número, no intenten ningún gesto heroico. Me imagino que luego se distribuyen las especies o las venden para repartirse las ganancias.

Confío que estas prolijas explicaciones no induzcan a nadie a importar estas ocurrentes medidas a nuestras tierras. Aquí nos sentíamos seguros, a pesar de las dificultades que están pasando muchos compatriotas que no llegan a finales de mes, que han perdido el empleo, que se ven afectados por el alza de los precios, que comprueban que las ayudas sociales son insuficientes para atender la pléyade de necesidades que nos acucian por todas partes, la mayoría sin ese carácter pero nosotros sin saberlo. Y los que no han tenido la suerte de recibir una educación esmerada, la inculcación de unos principios que resultan, a veces, incomprensibles a primera vista aunque su eficacia está más que comprobada, eso sí, si miras la historia. Y, también, los que han venido de afuera y no piensan quedarse y como la vida son tres días y dos lloviendo.

Pero no se nos garantiza nada. En Marbella hemos visto como se asalta el despacho de mi Decano. Creo que desde la guerra civil nadie que ocupase ese cargo había sido víctima de un hecho delictivo mientras estaba desempeñándolo. Por suerte, parece que la cosa no ha ido a mayores y que no ha desaparecido nada ni hubo desgracias que lamentar. Pero no dejan de ser llamativas las circunstancias. En pleno centro de la ciudad, vulnerando la entrada del edificio, seleccionando precisamente el bufete y sin llevarse nada. Los despachos de Abogados han estado expuestos a entradas y registros, algunos superfluos, pero no a asaltos. Más que nada porque los delincuentes no son tontos y saben que poca cosa se puede rascar donde no hay. Porque papeles, muchos, pero de los que les interesan a ellos, pocos.

Cuando las barbas de tu vecino.

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