No existen genes del amor o de la agresividad. Llegamos a ser lo que somos a través de la educación y de la formación. La paz crece y toma vida en cada uno de nosotros
FRANCISCO J. CARRILLO // DIPLOMÁTICO, VICEPRESIDENTE DE LA ACADEMIA EUROPEA
Sábado, 6 de agosto 2016, 10:42
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Titulo este artículo con una constatación del papa Francisco camino del la JMJ en Cracovia, a la que añadió que no se trata de una guerra entre religiones. Este posicionamiento del Papa es fundamental para poder explicar los caldos de cultivo de esta trágica situación.
Me refiero y comento el Manifiesto sobre la Violencia que adoptó la Conferencia General de la Unesco el 16 de noviembre de 1989. Fue redactado por veinte eminentes personalidades mundiales de las ciencias exactas y naturales así como de las ciencias sociales y humanas. El documento asume cinco proposiciones básicas: (1) Es científicamente incorrecto que hayamos heredado de nuestros antepasados los animales una propensión a hacer la guerra. [La guerra es un fenómeno específicamente humano que no se encuentra en otros animales... El hecho de que la guerra haya cambiado de manera tan radical en el transcurso de los tiempos es la prueba de que se trata de un producto de la cultura. Las modalidades de la guerra humana han cambiado en función de la evolución cultural y no de la evolución biológica]. (2) Es científicamente incorrecto decir que la guerra o cualquier otra forma de comportamiento violento está genéticamente programado en la naturaleza humana. Si los genes están implicados a todos los niveles del funcionamiento del sistema nervioso, ellos se encuentra en la base de un potencial de desarrollo que solamente puede realizarse en el entorno social y ecológico. Fuera de algunos casos raros de estados patológicos, los genes no condicionan ni predisponen a los individuos a la violencia. (3) Es científicamente incorrecto decir que en el transcurso de la evolución humana ha tenido lugar una selección en favor del comportamiento agresivo en relación a otras formas de comportamiento. La violencia no está inscrita ni en nuestra herencia evolutiva ni en nuestros genes. (4) Es científicamente incorrecto decir que los hombres tienen «un cerebro violento»; sí poseemos en efecto un aparato neuronal que nos permite actuar con violencia que no se activa automáticamente por estímulos internos o externos. Nada existe en la fisiología neuronal que nos impulse a reaccionar violentamente. [Estudios avanzados del cerebro muestran cómo éste controla las emociones, principalmente la cólera y el miedo, y las capacidades de orden social como son la capacidad de aprender y de comunicarse a través del lenguaje]. (5) Es científicamente incorrecto decir que la guerra es un fenómeno instintivo o que responde a una motivación única. La emergencia de la guerra moderna es el punto final de un recorrido que, iniciándose con factores emocionales, a veces calificados de instintos, ha conducido a factores cognitivos. La guerra moderna pone en juego la utilización institucionalizada de una buena parte de características personales como son la obediencia ciega o el idealismo; aptitudes sociales como el lenguaje; y aproximaciones racionales como los costes, la planificación y el tratamiento de la información. [El comportamiento de los soldados en la guerra moderna poco tiene que ver con su agresividad. La institución de la guerra crea un cierto número de roles cada uno con sus derechos y sus deberes. Políticos, generales, oficiales, soldados, obreros de las fábricas de armamentos ejecutan las tareas que les han sido encomendadas, realizando sus deberes sin que tengan que expresarse, en la realidad, sus tendencias agresivas. Para un combatiente, la cooperación, las relaciones de camaradería, la obediencia y el miedo pueden ser más importantes que la agresividad].
La Conclusión del Manifiesto sobre la Violencia proclama que la biología no condena a la humanidad a la guerra; que la humanidad, por el contrario, puede liberarse de una visión pesimista de la biología, lo que conduciría a las transformaciones necesarias de nuestras sociedades para evitar la guerra y los comportamientos violentos. Aunque esta tarea sea fundamentalmente colectiva, debe fundamentarse igualmente en la conciencia de los individuos. La especie humana que ha inventado la guerra es igualmente capaz de inventar la paz.
No existen genes del amor o de la agresividad. Llegamos a ser lo que somos a través de la educación y de la formación. La paz crece y toma vida en cada uno de nosotros. Debemos reconocer en cada mujer y en cada hombre su unicidad, su importancia, su razón de ser.
Si el mundo está en guerra, como constata el papa Francisco, el desafío educativo es una tarea a nivel mundial. La educación y la formación no pueden ser «asépticas» ni concentradas en la única alternativa de «ciencia y tecnología». Para evitar la guerra al tiempo que se construye la paz en la mente de los seres humanos, es preciso, es urgente, reinstalar en la educación una escala de valores -en inquietante desaparición- que inspiren comportamientos de cooperación y no de «lucha» competitiva. Una educación que permita ver en cada uno de nosotros la absoluta necesidad que tenemos del otro, próximo o lejano y desconocido, para realizarnos nosotros mismos en la unidad de la especie humana. Es el único camino y método para ir reinstalando la paz. Caso contrario, seguiremos tirando piedras contra nuestro propio tejado bajo la adormidera del síndrome del Titánic y haremos saltar al mundo en mil pedazos.
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