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GOLPE DE DADOS

Shakespeare enamorado, Cervantes soldado

Alfredo Taján

Jueves, 14 de julio 2016, 10:00

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Irrumpe el AVE en Ciudad Real y en menos de dos horas accedemos a María Zambrano. Retorno a la urbe paradisiaca de los cursos de verano de la Complutense en El Escorial, palacio/monasterio donde la piedra aún manda; lo cierto es que tengo la sensación de regresar con el deber cumplido. He aprendido mucho, y a su vez he impartido, también, parte de mi humilde sabiduría, discurriendo sobre ese otro autor de 'El Quijote', Pierre Menard, personaje de ficción, que a principios del XXI por fin ha logrado convertirse en real venciendo su condición parasitaria, denunciada con ahínco en la meseta, y alzando con gallardía su grandeza desde el fragmento, suerte de sinécdoque, objeto esencial de la repetición, de la traducción, reivindicando cita y plagio, desdoblamiento y máscara, la mentira que dice siempre la verdad, en palabras de Cocteau, que no se iban libran ustedes de mi Jean de los jueves. Y me he puesto a darle vueltas al 'marote' sobre la inmensa deuda de los políticos actuales con Menard, eso sí, antes de transformarse en Ricardos III, y exigir caballos donde no los hay, y plantear batallas a lo mejor perdidas de antemano. Borges escribió 'Pierre Menard, autor de El Quijote' después de sufrir un desagradable accidente doméstico en 1939, año en que, además, se inició la Segunda Carnicería Europea, en el que también llegaron a Buenos Aires las primeras cartas aéreas. Me he sentido identificado con Borges gracias a ese accidente que le llevó a replantearse cuestiones sobre existencia y creación, pero también por su obsesión reivindicativa; sin cortarse un pelo, comentó que prefería la versión inglesa de El Quijote, «más sutil e inteligente», que el original de la pluma del soldado de Lepanto y posterior recaudador de impuestos, Miguel de Cervantes, al fin y al cabo, víctima de su grandeza y de sus coetáneos -dos venenosas serpientes llamadas Lope y Quevedo-, y testigo en primera persona de un Imperio en declive que le dejó morir en la pobreza. ¡Cuánto duelen las armas y las letras! Han sido tres días espectaculares, por la majestuosidad del paisaje -dominan cipreses y pinos y corrientes frías-, a los que deben sumarse la erudición de Antonio Rivero Taravillo, que nos puso los pelos de punta cuando recitó su traducción de la arenga de Enrique V en Azincourt-, un par de sonetos -tributo a la belleza en estado puro-, y algunos versos de 'Venus y Adonis', extraídos de su versión en Renacimiento. Y no puedo olvidarme del culto Antonio Ballesteros que disertó acerca del teatro del bardo inglés, su relación con Orlando (Isabel, reina virgen), el advenimiento de Jacobo Estuardo, la historia del mítico teatro Globe, la brutalidad execrable de los ingleses ¿de aquella época?, Shakespeare, su mundo ambiguo, su magia esotérica: numen vivo, trascendente y anómalo. Y nuestra ciudad representada, cómo no, con malagueños aventajados y hasta el alcalde disertando en Infantes sobre la modernización de los municipios. Y el que suscribe, ajeno al tiempo, a lo Wallace Stevens, disfrutando de una epifánica y «fresca mañana de domingo, con té frío y naranjas».

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