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FLASHBACK

El drama de los conciertos vacíos

Txema Martín

Sábado, 2 de julio 2016, 09:51

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Hay pocas cosas más tristes para un seguidor de la música encontrarse en un concierto de uno de sus músicos preferidos con el patio de butacas vacío. Las alarmas han vuelto a saltar en la ciudad debido a la escasa asistencia de público en varios conciertos del Terral. El ciclo veraniego, mal denominado 'festival', ha servido de excusa para que en las bambalinas de la cultura se produzca un intercambio de opiniones respecto a las causas y las consecuencias de que se celebren conciertos con artistas con cierto renombre internacional para 200 personas, con suerte. Este hecho es especialmente doloroso porque este año el Terral ha puesto de su parte respecto a la programación, han hecho los deberes: la comunicación es la misma que con los espectáculos que sí se llenan, los conciertos alcanzan un nivel óptimo respecto a contenidos y a la calidad de su representación, y bien apoyados por los medios de comunicación, pero ocurre algo que parece actuar como elemento disuasorio. ¿Interesa la música menos de lo que sospechamos? ¿Cómo en una ciudad tan poblada cuesta llenar un recinto de mil personas con primeras figuras?

Algunos aseguran que hay en Málaga cierta burbuja cultural sobredimensionada, que la oferta cultural no atiende a la demanda. Sin embargo, en lo que respecta a lo musical, con una iniciativa privada lastrada por el peso de la ley y relegada a ambientes poligoneros, no parece que aquí se celebre una cantidad desproporcionada de conciertos, pero Málaga es una plaza difícil. Puede que la concentración de espectáculos durante el verano no colabore a la creación de un público habitual. A los conciertos aquí todavía les falta tiempo y estabilidad para alcanzar el adherente estatus de 'acto social' que sí caracterizan a los actos inaugurales de las exposiciones, aunque luego la asistencia a estas muestras por parte del público local arroje unas cifras que no señalan precisamente un territorio especialmente culto, pero que sí ofrece la cultura como uno de sus atractivos. Por eso hay una abrumadora mayoría de público extranjero en los museos. En este sentido, la música ha sido la gran olvidada de esta oferta a la hora de comunicarla. Prueba de ello es que este periódico descubrió hace algunos meses que la página web del Cervantes había sido traducida al inglés por un traductor automático; el bilingüismo también es una asignatura pendiente.

Para obtener respuestas también es necesario caer en la ordinariez de hablar de dinero. Sería iluso pensar que la crisis económica no tiene algo que ver en que, en una de las zonas de la UE más castigadas por el paro, no haya aquí una multitud dispuesta a gastarse 30 o 40 euros en un solo concierto, en un país que tiene la oferta de festivales de música más barata y nutrida del continente. Un estudio realizado por el Día de la Música de una de las mayores ticketeras del país señala que en Málaga las entradas a los conciertos son más caras que la media nacional. No hay que alarmarse: sólo un 3%. En Málaga y en su provincia hay también mucha costumbre por ir a los conciertos de gratis, hay poca tradición de pagar por la cultura porque ésta ha venido ofrecida principalmente por las instituciones públicas, que no necesitan rentabilidad. Precisamente por eso, la bajada del precio de las entradas podría ser una buena medida temporal para afianzar al público y para empezar a ver conciertos algo más nutridos.

La calidad de la programación musical en Málaga tampoco es precisamente para tirar cohetes. Alguna institución puede hacer esfuerzos por traer buenos conciertos pero si ese trabajo se hace aisladamente tendrá mucha menos incidencia. Lo que está claro de todo esto es que no hay que dramatizar. He visto conciertos en ciudades europeas con grupos alabadísimos por la crítica que tampoco se han llenado. La respuesta del público puede que esté todavía por incentivarse adecuadamente, pero es un trabajo a medio y largo plazo, lejos de la instantaneidad que quieren los políticos. Ojalá todo este debate ayude a que se produzca una reflexión apropiada, pero que no se carguen lo bueno sólo porque no somos suficientes.

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