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Una mala noche

Alberto Gómez

Miércoles, 29 de junio 2016, 09:41

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Pablo Iglesias comenzó la noche electoral dando por sentado que lideraría las negociaciones de un inminente Gobierno progresista y la acabó cabizbajo, más encorvado que de costumbre y enfrascado en la cruel paradoja de reconocer una derrota ante quienes lo creían invencible. Allí, con el puño débilmente en alto, entonando sin ganas los versos de 'El pueblo unido jamás será vencido' -la hermosa canción chilena escrita hace casi medio siglo y ahora pervertida por quienes se empeñan en apropiarse de lo común-, la figura de Iglesias invitaba a la empatía quizá por primera vez desde su irrupción mediática y política. La televisión devolvió por momentos la imagen de un tipo vulnerable y agotado, alguien que desearía estar en cualquier sitio salvo en aquella plaza donde las expectativas generadas por las encuestas y los sondeos se habían convertido de golpe en una inesperada losa de decepción sobre sus hombros endebles.

Iglesias, sin pretenderlo, dejó paso a Pablo. Ocurrió durante unos segundos, pero quienes no se han dejado cegar por el odio ni por el miedo, dos de los hilos conductores de esta campaña trufada de teorías apocalípticas, pudieron detectar aquel rictus de angustia en un hombre, otro, devorado por su propio personaje. Podemos ahorraría esfuerzo y dinero si antes de analizar su resultado electoral aceptara que Iglesias no cae en gracia, aunque ya sabemos que en España eso no resulta un impedimento, y está bien que así sea; uno no espera que los gestores de lo público o lo privado derrochen simpatía, sino eficiencia. En el caso de Iglesias, sin embargo, su aparente arrogancia, no sabemos si innata o desarrollada como mecanismo de defensa en medio de un escenario político convertido por todos los partidos, también el suyo, en un campo de minas donde ha primado el juego sucio, esa arrogancia, decíamos, ha desviado los votos de miles de personas que se han sentido excluidas no por el programa electoral de Podemos, que la mayoría ni siquiera ha consultado, sino por el discurso gravoso de su líder.

Por fortuna para Iglesias, el candidato del PP compareció minutos después desde el balcón de Génova para que constatáramos que sólo hay una cosa que los españoles llevamos peor que perder: ganar. Aunque por motivos distintos, Iglesias y Rajoy parecieron más humanos que nunca en sus intervenciones, tanto que a algunos nos sobrevino la fugaz necesidad de echarles una mano y, como a un amigo en apuros, recordarles el clásico consuelo etílico: «Una mala noche la tiene cualquiera».

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