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Banderas y pasaportes

Rachel Haynes

Sábado, 25 de junio 2016, 00:35

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Hace un par de años, en la cola para pasar el control de pasaportes en el aeropuerto británico de East Midlands, mi hijo me preguntó: «¿Porqué existen los pasaportes?». Tendría entonces seis o siete años y yo no sabía qué contestarle. Cualquier respuesta mía que los países tienen que controlar sus fronteras, que no pueden entrar personas de otros países sin un permiso... no sirvió. «¿Pero por qué hay fronteras? ¿Por qué a los seres humanos nos gusta poner barreras entre nosotros y los otros?», siguió.

«Nosotros no tenemos problema porque estamos en la Unión Europea», le tranquilicé.

Ayer por la mañana, con el resultado inesperado del Brexit en el televisor, el niño estaba preocupado.

¿Ahora cómo le explico que el Brexit ha ganado básicamente porque la gente dice que quiere recuperar el control de sus fronteras? O sea que quieren poder cerrar las puertas en las narices de los que no interesan, porque los que no son de allí ya no son bienvenidos. ¿Y eso incluye también a los de España?

Duele pensar que es precisamente el pueblo donde mi hijo español juega cada verano con sus primos y pasea con sus abuelos el que tiene el porcentaje más alto de todo el país de votos a favor de salir de la Unión Europea. Esa ciudad pequeña, aburrida, donde yo pasé los primeros 18 años de mi vida, y donde nunca pasaba nada de interés, ni llegaba ningún extranjero, ahora es famosa por algo, pero algo que da mucha tristeza.

En estos últimos años, me ha alegrado mucho ver cómo Europa había llegado al lugar desde donde yo me embarqué para descubrir Europa. Primero la necesidad de mano de obra en los campos más fértiles de Reino Unido trajo a los portugueses, y con ellos bares y tiendas que daban al pueblo aburrido un bonito toque ibérico.

Después, las tiendas dejaron de vender bacalhau y llegaron las conservas polacas y bebidas de nombres impronunciables a los escaparates llenas de banderas de todo tipo, especialmente una azul con estrellitas.

Pero no todos ven esa llegada de lo europeo al pueblo como algo positivo; no todos celebran el hecho de que un 15 por ciento de la población ya habla otro idioma como una ventaja cultural. La convivencia no es siempre buena. No todo el mundo es abierto a lo diferente. No todo el mundo que llega quiere integrarse. Venían los de UKIP, ofrecían una alternativa a la convivencia difícil y ganaron simpatizantes. La campaña del Brexit hacía el resto.

Ahora, desde la Costa del Sol, donde abundan tiendas y bares llenos de productos con nombres impronunciables y banderas de todo tipo, vemos cómo para algunos la separación de lo desconocido es más fácil que llegar a conocerlo.

A ver qué tal este verano en el pueblo.

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