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LA TRIBUNA

El naufragio de Europa, nuestro naufragio

Al margen del Papa, Europa está haciendo la vista gorda a la realidad, olvidando las lecciones del pasado y rompiendo los acuerdos de la posguerra

LUIS PERNÍA IBÁÑEZ / PLATAFORMA DE SOLIDARIDAD CON LOS INMIGRANTES DE MÁLAGA

Lunes, 20 de junio 2016, 09:56

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Cuando el 20 de junio celebramos el día del refugiado, bajo el impacto del reciente acuerdo UE-Turquía, cuyo objetivo, sin tapujos, ha sido 'que no lleguen', viene a la memoria el regusto amargo del viejo poema: primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.

Nadie que dijera nada. Es como si a los numerosos naufragios de personas en el Mediterráneo se añadiría el naufragio de los valores éticos y los compromisos internacionales trabajados durante años. El punto final de un largo proceso de desencuentro de las políticas europeas con la realidad migratoria. Como el que ocurrió en los años 90 cuando España impetró ayuda y cooperación a la UE cuando nuestras costas recibían pateras y cayucos cargados de personas que huían del hambre y la desolación en África, pero también de la privación de sus derechos fundamentales o de las múltiples guerras que asolaban y asolan el continente. La UE dijo que era una cuestión de índole nacional y nos concedieron algunas migajas presupuestarias y cierta colaboración simbólica de la agencia Frontex.

Nadie que dijera nada, como cuando hace unos años, con el hundimiento, inducido, en gran parte, por intereses geoestratégicos, del estado en Libia y la inestabilidad en Egipto y Túnez, lanchas y barcos llenos de seres humanos que huían de la guerra y la miseria intentaban llegar a las costas de Malta y principalmente Italia, muriendo muchas veces en el intento. Ya se nos ha olvidado en nuestra sociedad líquida (Bauman) la masacre de Lampedusa. La UE, con especial énfasis alguno de sus miembros, dijeron que era una cuestión básicamente nacional.

Es como si volviéramos a 1938, cuando representantes de 32 Estados occidentales se reunieron en un bonito hotel de la ciudad de Evian, al sur de Francia, para discutir sobre el problema de los refugiados judíos víctimas de las políticas discriminatorias del régimen nazi. Evian es ahora famosa por sus aguas, pero en aquel momento, los portavoces se encontraron para deliberar si aceptar un mayor o menor número de refugiados judíos, que escapaban de persecuciones en Alemania y Austria. Después de varios días de negociación, la mayoría de países, incluido Gran Bretaña, decidieron no hacer nada. El acuerdo UE-Turquía ha sido como un eco del fracaso de Evian.

En toda Europa, los líderes se han saltado la convención de los refugiados de 1951, un documento histórico, en parte inspirado por los fallos de Evian, para justificar la devolución de refugiados sirios a Turquía, país donde la mayoría no puede trabajar legalmente, a pesar de los cambios legislativos recientes. Un país que también deporta refugiados de vuelta a Siria, y donde permanentemente se les empuja hacia la frontera.

De hecho, para evitar esto, en la tramoya del acuerdo UE-Turquía el gobierno italiano y el alemán se unieron al de David Cameron para solicitar que los refugiados fueran enviados a Libia, zona de guerra donde, en una sorprendente exhibición de disonancia cognitiva, alguno de esos mismos gobiernos está pidiendo una intervención militar. Donde muchos migrantes están trabajando en condiciones cercanas a la esclavitud. Donde tres gobiernos separados están luchando por el poder. Y donde ISIS dirige parte de su zona costera.

Es como si nadie dijera nada al constatar cómo los ministros británicos votaron, recientemente, en contra de acoger 600 menores refugiados al año en los próximos cinco años. Cómo en Dinamarca los solicitantes de asilo fueron obligados a entregar sus objetos de valor para pagar por su estancia, y los voluntarios han sido procesados como traficantes por transportarles. Cómo en Estados Unidos, donde barcos cargados de refugiados fueron rechazados de los puertos en los años 30, más de 30 gobernadores se han negado a acoger refugiados musulmanes. Algunos propusieron una prohibición total a dichas personas que huyen de una guerra que, irónicamente, es resultado de los errores catastróficos de la política exterior de Estos Unidos en las dos últimas décadas.

Al margen del papa, Europa está haciendo la vista gorda a la realidad, olvidando las lecciones del pasado y rompiendo los acuerdos de la posguerra, por lo que corre el riesgo de adentrarse en una catástrofe ética que podría devolvernos al colapso moral de los años 30. Con la extrema derecha creciendo por toda el continente, se ha alegado que deportar refugiados a lugares como Turquía y Libia va a salvar al continente de recaídas extremistas propias de los años de entreguerras. Además el acuerdo EU-Turquía no es más que una herida cerrada en falso, pues según Europol e Interpol, en el avispero libio hay más de 800.000 personas que intentarán llegar a las costas italianas este verano.

La Conferencia de Evian quizá se produjo hace mucho, pero todavía podemos aprender una lección. Evitando que el Mediterráneo sea un lugar paradigmático donde nuestros principios éticos caigan en el agujero negro que los succiona. Quizás lo más peligroso es que estos agujeros de nuestra modernidad son, como el fenómeno físico al que emulan, invisibles. Se dice que son negros porque son invisibles. Además la sociedad del espectáculo, en la que vivimos, magnifica nuestra ceguera. Miramos sin ver, u observamos desde una pretendida distancia que no obstante nos acongoja y nos hace proclives al miedo. Estamos naufragando, y desde el miedo viene otra vez a la memoria el famoso poema de Niemoller, a menudo atribuido a Brech, «Ellos vinieron», donde el silencio cómplice acaba volviéndose contra nosotros: «Ellos vinieron a buscarme, y ya no quedaba nadie para protestar».

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