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LÍNEA DE FUGA

NATAL

La Casa de Picasso ha visto cómo la balanza se inclinaba varias veces en su contra

Antonio Javier López

Domingo, 19 de junio 2016, 09:33

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Desde uno de los balcones de la tercera planta de la Casa Natal de Picasso se ve la punta del obelisco a Torrijos, la torre de la iglesia de Santiago y buena parte de mi infancia. Hablo de cuando la plaza de la Merced estaba levantada sobre un pedestal, rodeada por una verja que ahora queda a ras de un suelo preñado de terrazas para turistas y bancos para candidatos al Circo del Sol. En la tercera planta de la Casa Natal está la biblioteca, que suele tener los balcones cerrados, supongo que para no distraer a quienes, como yo, ven asomarse por ahí algunos de los mejores recuerdos de su vida. Las tardes sin colegio persiguiendo a las palomas, el cartel de 'Prohibido el cante y escupir' en La Campana, las mañanas sentado en un banco de mármol con mi abuelo viendo pasar a las muchachas estrenando vestidos y primavera.

La Casa Natal de Picasso fue creciendo desde la primera planta hasta ocupar todo el edificio, pero mantuvo desde las raíces de su propio nombre oficial una bipolaridad fastidiosa que no ha sabido resolver: Museo Casa Natal. El resultado hasta la fecha es algo que no termina de ser ni lo uno ni la otra. De un lado, la institución apenas ofrece una planta para recrear las estancias donde nació el genio. Ahí reside su verdadero tirón, al menos desde la perspectiva de las visitas. El resto del inmueble queda para salón de actos, oficinas y la biblioteca con vistas a la plaza. Ahí no cabe una ínfima parte de la otra cara de la Casa, la de museo, con una colección que supera las 4.000 obras de arte; de ellas, más de 800 de Picasso.

Recordaba esos datos la última línea de la nota entregada esta semana a los periodistas con motivo de la nueva exposición de la Casa Natal. El escritor francés Marcel Proust empezó a escribir su impresionante novela 'En busca del tiempo perdido' a partir de los recuerdos que le evocó una magdalena y la muestra que ahora se inaugura sirve en bandeja la ocasión de ir en busca del tiempo perdido por los responsables de la Casa. Porque el proyecto se levanta alrededor de 'El Canto de los Muertos', un libro ilustrado por Picasso y regalado por Christine Ruiz-Picasso a la Casa Natal de su suegro allá por 1992.

En aquel momento nadie en la institución municipal tuvo la inteligencia o las luces de prestarle la atención debida a ese gesto. Aquel mismo año se celebró en el Palacio Episcopal la recordada exposición 'Picasso Clásico'. La gente guardaba cola durante horas para verla y del hilo de aquel entusiasmo tiró la Junta de Andalucía para alumbrar el Museo Picasso Málaga a partir, justo, de una donación de Christine y de su hijo Bernard. Y cuando nueve años más tarde abría ese museo, el eslogan del estreno fue una puñalada en el corazón de la autoestima de la Casa Natal: 'Picasso vuelve'. Porque el caso es que ya estaba. Su Casa Natal llevaba abierta 15 años, pero la balanza de la recuperación de la figura del artista se había inclinado al otro lado de la plaza.

Ahora otras balanzas se inclinan en contra de la Casa, convertida en agencia para dar cobijo administrativo a las franquicias del Pompidou y del Museo Ruso. Y la Casa aparece como ese matrimonio de años (casi tres décadas ya) cuyo brillo ni quiere ni puede competir con la novedad del ligue pasajero de acento extranjero. Sólo hay que mirar cómo despacharon esta semana la presentación de una muestra de enjundia intelectual y arriesgada belleza, un proyecto en torno a un libro apenas expuesto en Málaga, incluido en la colección del Museo Reina Sofía y aquí resuelto en un metisaca de micrófonos al vuelo.

Quizá esa prisa sea otra consecuencia del problema de estructura que ha acompañado a la Casa desde su origen. Primero quisieron convertir un centro de estudios en un museo, comprando obras cuando la Junta inauguraba el suyo. Ahora usan la Casa como albergue operativo para sus nuevas franquicias subcontratadas y vuelven a demostrar que les puede el agobio, que les falta un plan, que olvidaron de nuevo que esa Casa necesita más cimientos y menos fachadas, aunque alguna tenga balcones a los mejores recuerdos de la infancia.

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