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GOLPE DE DADOS

Abril es el mes más cruel

Alfredo Taján

Jueves, 31 de marzo 2016, 09:36

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Frente a mi casa se extiende el Parque Picasso, lo observo desde un cuarto piso que por la dimensión del edificio es casi un sexto; miro como los automóviles se pierden por la Avenida de Andalucía, unos en dirección a Torremolinos, otros hacia el centro de la ciudad. Es una espléndida foto fija y a la vez fugaz. Me encuentro bien, este paisaje urbano a la caída de la tarde me hace pensar en cosas agradables, a pesar de todos los conflictos y crisis que me rodean. Un último sol baña con matices dorados los árboles centenarios y me posee un vértigo dulce que me hace concebir grandes esperanzas. Pero, de repente, una mano invisible me nubla el sentido, respiro con dificultad, mi garganta empieza a irritarse, mis sienes van a estallar, se inician, y no terminan, los estornudos, mis ojos enrojecen, los oídos me pican lo indecible. Entonces caigo en la cuenta de que ya está aquí, como todas las primaveras, mi compañera letal: la alergia.

Ayer mismo me hice nuevas pruebas. Me pusieron el brazo izquierdo como un colador, mis reacciones se expanden a la velocidad del rayo: gramíneas, olivo, saliva de gato. Esto se arregla alejándome del mundo felino, apartándome de la floresta, huyendo de las zonas verdes, los jardines son prohibitivos para mí, el polen es mi tarjeta al infierno. Sin embargo, como dice el refranero «en casa del herrero, cuchillo de palo»; esto es, el saber sí ocupa lugar, mis íntimos amigos, los libros, son también mis peores enemigos porque en sus páginas se refugian, viven, y sobre todo defecan, esas arañitas microscópicas, persistentes, casi invisibles, pero igual de asquerosos: los ácaros. Las ediciones antiguas, las más preciadas, que tanto me fascinan, pueden llegar a asfixiarme si los poso en mi mesilla de noche y los dejo dormir ceca de mi almohada, entonces mi paladar se inflama y se me hace casi imposible injerir alimento alguno, con lo que me gusta comer, Dios mío.

La cuestión no es baladí. Casi el veinticinco por ciento de los españoles somos alérgicos estacionales. De ese veinticinco por ciento, siete por ciento, más menos, somos hipersensibles a la polinización y a los malditos ácaros. La rinitis persistente es un castigo que vencen con dificultad los llamados antihistamínicos que inhiben los efectos vasoconstrictores. Toda esta nomenclatura me la trae al pairo, lo único cierto es que esta maldición se apodera de las vías respiratorias e impiden que uno se considere una persona normal. Y cuando acudes a los medicamentos estos producen fatiga y una profunda somnolencia. Además, el tratamiento es más paliativo que otra cosa.

Ahora voy a extraer unos versos del poema 'Tierra Baldía' de T.S. Eliot, que vienen que ni pintados para expresar el universo del alérgico: «Abril es el mes más cruel, brotan lilas de la tierra muerta, mezcla memoria y deseo, remueve raíces inertes con lluvias primaverales»; y lo reitero, es así, abril es el mes más cruel sobre todo cuando la alergia hace su brusca aparición.

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