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VOLTAJE

El partido del manicomio

En El Palo hay clanes familiares que parecen llevar la violencia implícita en su ADN

Txema Martín

Viernes, 25 de marzo 2016, 10:05

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Siempre hay una leyenda en la historia que se parece a lo que nos pasa. Nos situamos en Mondragón, donde hay un pequeño campo de fútbol en la mitad de la nada que celebraba partidos con chavales desde los años 20. Este campo se encontraba muy cerca de un hospital psiquiátrico ubicado en un edificio monumental que fue un balneario de la 'belle èpoque' hasta que allí asesinaron a Cánovas un día de 1897 ante la mirada aterrorizada de los bañistas, hecho que terminó con las aguas sulfurosas para sumergir el edificio en la locura. Durante muchos años, la institución -que apostaba por una terapia más abierta de lo habitual por aquellos años- tomó la costumbre de permitir a los enfermos mentales acudir los domingos a presenciar el partido de fútbol del equipo local como una actividad extraescolar al aire libre. Cuando los locos acudían al campo, el equipo local siempre ganaba, les pitaban menos penaltis y los adversarios se volvían más dóciles y más torpes. Los equipos visitantes y los árbitros marcaban con rojo en el calendario cuándo les tocaba el campo de Mondragón, encogidos por la atmósfera tensa y delirante que se encontraban en aquellos encuentros, con las miradas de los locos clavadas en sus cogotes.

El poeta Leopoldo María Panero, el interno más famoso del manicomio, contó cómo acudía junto al resto de enfermos al fútbol. Lo que verdaderamente llamaba su atención no era el partido, sino las cosas que pasaban en las gradas. Allí reinaba la locura y para escuchar la radio no hacían falta transistores, porque para eso tenían la esquizofrenia. Mientras él se agachaba a aplastar las colillas en el suelo «como si fueran niños», veía demostraciones de todo tipo de delirios mentales. A algunos internos les obligaban a acudir al partido con cascos amarrados a su frente porque, si su equipo fallaba algún gol, los locos se daban cabezazos contra la pared.

Poco después, Panero publicaba sus 'Poemas del manicomio de Mondragón' y la España de los 70 se tambaleaba por un documental, 'El Desencanto', que protagonizaba su escandalosa familia después de la muerte del patriarca. En esa película se sugiere que la locura es hereditaria, un extremo difícil de probar. Tampoco sabemos si el talento, la bondad o las ganas de apuñalar a otra persona también se reubican de una generación a otra, pero sí sé, porque aquí lo sabe todo el mundo, que hay en El Palo un puñado de clanes familiares que parecen llevar la violencia implícita en su ADN. Tienen aterrorizado al resto y están mancillando el buen nombre de uno de los barrios malagueños con más tradición. Sabemos sus apellidos, sabemos dónde viven y los conocemos de vista pero en España ya no hay manicomios para los locos que van al fútbol con una navaja y con ganas de matar. Esos que han convertido el campo de El Palo en una especie de estadio al lado del manicomio, como en nuestra leyenda.

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