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CARTA DEL DIRECTOR

Dos alcaldes

Manuel Castillo

Domingo, 6 de marzo 2016, 10:35

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Han pasado ya nueve meses desde las pasadas elecciones municipales, aquellas en las que Francisco de la Torre revalidó su triunfo y su bastón de mando con menos holgura de la prevista. Aún recuerdo el recuento de aquella noche electoral del 24M y cómo, al 85% del escrutinio, De la Torre tenía perdida la Alcaldía frente a un hipotético pacto de la izquierda. En el -sprint final, el Partido Popular logró el decimotercer concejal que le permitía alcanzar la investidura con el apoyo de los tres concejales de Ciudadanos. Cuando todavía no se le había quitado el nudo en la garganta a De la Torre, el nuevo líder de Ciudadanos, Juan Cassá, manifestaba en este periódico su intención de ser el alcalde de Málaga, aspiración que se desinfló pero que, sin lugar a dudas, mantiene en su cabeza. Finalmente apoyó la designación de De la Torre como alcalde y se erigió desde la oposición como el hombre fuerte y llave de la mayoría de las decisiones, investido así del aura de regidor en la sombra que tanto le gusta.

Así las cosas, Francisco de la Torre es el alcalde, pero sin poder de decisión y autonomía al depender absolutamente del beneplácito de Cassá para cada idea o propuesta. De hecho, la decisión de C's de quedarse en la oposición fue muy hábil, porque de esta forma se hacía realmente con las riendas del gobierno, salvaguardado además por la legitimidad que le otorga haber renunciado al reparto de poder. Esta nueva situación de minoría, a la que no estaba acostumbrado el alcalde, obligaba a construir una estrecha relación que, incluso, traspasara la cordialidad formal de la que hace gala De la Torre. Pero la realidad es que el trato se ha ido deteriorando en estos nueve meses por falta de empatía y desencuentros varios. Aquel chico con coleta, que parecía el sobrino del alcalde en cada foto y en cada acto, captó con rapidez las reglas de este juego. Quizá el alcalde pecó de exceso de confianza al creer que podría envolverlo, manejarlo y agotarlo con su tradicional y laberíntico modelo de gestión. Porque la realidad es que, cuando se quiso dar cuenta, se convirtió en el cazador cazado, maniatado por ese chico con coleta que demostró el olfato e intuición de un buscavidas espabilado.

Cuando el alcalde se quiso dar cuenta, su posición era la de un Gulliver prisionero de los liliputienses. Sometido a tres reprobaciones, una a su persona, otra a todo el equipo de gobierno y la tercera al edil Raúl Jiménez; a dos comisiones de investigación, la de Limasa y la de Art Natura; forzado a destituir a los gerentes Araceli González, Fátima Salmón y Francisco Ruiz; y a los directores de distrito; obligado a contratar como gerente de Emasa a Juan Denis cuando su apuesta era Guillermo Cao. Y si esto ha incomodado a De la Torre, lo que peor ha llevado es ver cómo algunos de los proyectos en los que tenía un empeño personal, como las Torres de Repsol, la remodelación de Hoyo de Esparteros y el hotel de Moneo, el Málaga Valley o el Polo Digital, han encallado y se les ha dado carpetazo.

De la Torre echa de menos, quizá, el enorme, y diría que justo, reconocimiento que recibe fuera de Málaga, bien sea en un congreso de Smart City en Puebla (México), en el Ritz de Madrid con Braulio Medel como presentador, en el Foro Exceltur en Ifema o en el think tank de innovación educativa en Sevilla. Y corre el riesgo de terminar maniatado y sometido como un pequeño Gulliver en Brobdingnag si no es capaz de articular apoyos que le den estabilidad y, sobre todo, libertad de acción.

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