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EL RAYO VERDE

No es tan difícil

Lalia González

Viernes, 4 de marzo 2016, 09:58

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La corrupción tiene terapia, se puede combatir y curar. Lo ha argumentado un foro de expertos que evidencia que hay vida más allá del escaparate oficial y voces que merecen más atención. Gente tan brillante que siguen iluminando aun cuando pasan los días y que preservan un contenido de verdad, una especie de vial de esperanza. Como Adela Cortina, como Antón Costas, como Elena Costas o como Ignacio Osborne, que se han reunido en una jornada, precisamente llamada 'Terapia contra la corrupción', puesta en marcha por dos asociaciones catalanas (Cercle de Economía y Grup Set) y dos andaluzas (Centro de Debate y Astigi) en un proyecto que busca construir una sociedad civil activa e influyente al sur del sur. Merece la pena atender sus esfuerzos, porque tienen sustancia y porque la democracia madura exige ya de una implicación personal que reclame y reconstruya una ética pública.

Si hay un lobo bueno y uno malo, decía Adela Cortina, ¿cuál sobrevivirá? Aquel al que alimentes. La filósofa valenciana, que participa en su tierra en plataformas y ha puesto en marcha una 'Fundación para la ética de las organizaciones' tiene claro que el problema a atacar son las tramas, porque resistirlas requiere de un heroísmo al alcance de pocos.

Hay tarea por hacer. Por ejemplo, evitar que la sociedad se acostumbre, «la costumbre reconcilia con todas las cosas», citó a Burke Juan Torres, y poner en marcha medidas concretas. Cuatro, apenas cuatro, enunció Elena Costas, investigadora en Politikon y experta en corrupción política: se trata de proteger a los denunciantes, que suelen pagar muy caro su atrevimiento; incluir las fundaciones de los partidos en la ley de financiación de estos, porque por ahí ha entrado una oscura tubería de fecales; imponer la responsabilidad patrimonial de los grupos políticos en los casos de corrupción, para que les duela el bolsillo, y eliminar el aforamiento cuando se trate de casos de esta índole.

Para reconstruir la ética pública es preciso contar con una sociedad más exigente en valores y también acabar con el tópico de que los españoles somos pícaros por naturaleza. Costas contó sobre un curioso estudio de la ciudad de Nueva York: los diplomáticos de la ONU, gente de todos los países como se sabe, gozaban de placas para aparcar libremente en Manhattan. Cuando comenzaron a ponerse multas se vio que incurrían en irregularidades todos por igual. Tanto los admirados nórdicos como los latinos.

El catedrático Antón Costas llegó a formular una ecuación: menos corrupción igual a más transparencia, más y más firmes valores y reforzados controles internos y externos, con códigos éticos en las empresas, como defendió Ignacio Osborne, que impregnen de arriba abajo las organizaciones.

Así que, en fin, no es un mal inevitable. En medio de la confusión, del marasmo actual, resulta reconfortante oírlo.

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