CARA Y CRUZ
José Antonio Garriga Vela
Viernes, 15 de enero 2016, 08:53
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José Antonio Garriga Vela
Viernes, 15 de enero 2016, 08:53
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Hoy quizá debiera hablar de los resultados de la Copa del Rey, de los derbis que se disputan tanto dentro como fuera del terreno de juego, de la tensión que existe entre vecinos; pero Messi lo eclipsa todo. Lo llaman Dios y millones de aficionados peregrinan al Camp Nou para adorarlo. La inmensa fortuna del Barcelona es que Messi tiene instalado su templo en el estadio azulgrana. El lunes le concedieron el quinto Balón de Oro y él mantiene la sonrisa inocente de la primera vez, como si los Reyes Magos volvieran a visitarlo el 11 de enero para entregarle un regalo pendiente. No pasan los años, no pierde la ilusión. Estoy convencido de que nunca se cansará de jugar a la pelota igual que un niño. Messi continúa creciendo cuando creíamos que había alcanzado el límite, la cima, la gloria. Los dioses del fútbol son los únicos héroes que poseen el privilegio de vencer al tiempo y desterrar el olvido.
Después llega la vida cotidiana, la cara oculta del fútbol, las peligrosas jugadas a balón parado. Las zancadillas, los exabruptos, las pancartas vergonzosas que muestran en letra grande la parte más infame del ser inhumano. El fútbol se ha convertido en un compendio de la existencia. Una película de noventa minutos en la que aparecen Dios y el diablo, lo bueno y lo malo, la fortuna y la desgracia, el más ansiado deseo y el peor de los desprecios. Amor y odio conjugados en el mismo tiempo de juego. Y por encima de todo están Messi, Ronaldo, Neymar, y tantos otros que sólo quieren jugar. Ellos son la sal del deporte. Nada ni nadie habría de enturbiar con sus abominables gestos la grandeza del espectáculo. Hay que exclamar: «¡Adiós a las armas, adiós a los desalmados!».
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