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HABLAR Y VIVIR

LA PALABRA DEL AÑO

Antonio Garrido

Domingo, 10 de enero 2016, 12:23

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Es muy complicado no caer en el tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor; de entrada, esos juicios universales son superficiales y además, depende de cada cual; por supuesto para los jóvenes el aserto no significa nada. Se repiten frases, se construyen argumentos, se establecen falsos diálogos, se manipula el lenguaje y todo con mucha rapidez y con una simplicidad expresiva. Pondré algunos ejemplos. En la situación política actual de Cataluña varios partidos insisten en la necesidad de diálogo. Claro está que el diálogo siempre es aconsejable pero ¿qué se quiere decir exactamente?

El diálogo es un mecanismo complejo donde entran, entre otros elementos, razonamiento y emociones que permiten que varias partes se pongan de acuerdo en algunos puntos y, en consecuencia, se tomen decisiones que se llevan al terreno práctico. La situación de fractura política catalana, sin duda, exige diálogo desde este punto de vista pero no es así.

Los independentistas están dispuestos a dialogar desde una actitud de superioridad. Hablamos lo que quieras, sobre todo de beneficios económicos, siempre y cuando no se discuta la independencia. Es hablar contra un muro de hormigón. Diálogo es síntoma de debilidad, de incapacidad o de traición. Léase con provecho 'Modernismo y satanismo en la política actual' de José Enrique Miguens, en Siruela, un texto de gran calado que aclara muchas cosas de estos tiempos que nos toca sufrir.

Otro mecanismo es la sustitución. Se cambia una palabra y con ello se cambia la realidad. La Constitución de 1978, precisamente para satisfacer a los nacionalistas, se sacó de la manga algo que ni era demandado por la sociedad ni formaba parte de nuestra tradición histórica: el estado de las autonomías. Se dio una vuelta de tuerca y se incluyó nacionalidades con lo que el principio de unidad empezó a tambalearse. La autonomía se puede entender como sinónimo de taifa analizándola con un mínimo de objetividad. El caso es que el apetitivo voraz de los independentistas, algo menos que el de los vascos por su situación de privilegiados, lleva a algunos a afirmar que el modelo autonómico está agotado y que hay que ir a un estado federal como si ya no lo fuera. Federal es una simple etiqueta que no significa nada.

Algún partido cae en una contradicción semántica evidente, dicen defender la unidad de España y, al mismo tiempo, afirma que no es una nación sino una nación de naciones y que cada parte tiene derecho a la independencia. ¿Sería posible todo lo anterior si el nivel cultural fuera más alto? No es difícil responder y respuestas se encuentran en las constituciones de Francia, Alemania e Italia donde los textos son muy claritos. No hubiera sido difícil copiarlos y nos hubiéramos evitado muchos problemas.

Sé que es imposible pero es urgente que el lenguaje político llame a las cosas por su nombre. No es mal deseo para el año nuevo.

Titulares por encima de todo, titulares que son flor de unas horas en las redes sociales. Uno de ellos es la palabra del año. De entre una lista de más de doscientas, FUNDEU ha elegido refugiado. Es una palabra que no necesita aclaración en principio pero se ha prestado a confusión.

Europa se empacha de bombones mientras las filas de hombres, mujeres y niños chapotean en el fango, se tapan con plásticos, enferman, malcomen, huyen de la guerra, de la revolución, de las torturas, de la persecución, de la muerte. Este es el significado exacto de refugiado. Las palabas, querido lector, tienen alma y muchas veces, como es el caso, un alma trágica, espantosa. La vieja avanza por la vía del tren con un saco a la espalda, ¿qué lleva en él? Un niño arrastra una bolsa de basura.

Los agrupan, los clasifican, ¿dónde encontrarán refugio estos refugiados? No me gusta la palabra del año.

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