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CARTA DEL DIRECTOR

ESPAÑA Y SU INCERTIDUMBRE

Manuel Castillo

Domingo, 10 de enero 2016, 12:18

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La incertidumbre se ha instalado en nuestras vidas. Y eso no es nada bueno. La crisis económica, la desafección de la ciudadanía, la globalización y la revolución digital han zarandeado nuestra forma de entender el mundo, sembrando de dudas todo lo que teníamos claro hace sólo unos años. Como si hoy no sirvieran para nada las herramientas de siempre, «cuando teníamos un plan de vida», como reflexiona la socióloga Saskia Sassen. Hoy las clases medias no tienen ese plan, porque no saben qué pasará dentro de cinco años, ni en su trabajo ni en su familia; porque lo más probable es que los hijos vivan en condiciones más precarias que sus padres, y eso es algo nuevo para las generaciones actuales. Y desconcierta. En este contexto, la confianza de la ciudadanía en la política, en los políticos y en las principales instituciones se ha quebrado hasta el punto de verse en la necesidad de explorar nuevas formas de actuar en busca de certezas y anclajes que le saquen de ese mar de dudas.

La política no ha sido capaz de responder con agilidad a todos estos nuevos interrogantes a los que se enfrentan los ciudadanos, que han asistido atónitos no sólo a su falta de eficacia sino a un nivel de corrupción estructural vergonzosa. Quizá por ello las tarjetas 'black' tuvieron tanto impacto, porque significaban la representación gráfica de la metástasis de un sistema tan deteriorado como la carcoma. La sociedad necesita un bastón ético y moral sobre el que apoyarse en estos momentos de incertidumbre y con el que apoyar principios y valores con los que afrontar el futuro. Y, por ello, actúa y se lanza a la calle explorando con la seguridad de que lo nuevo, al menos, no es como lo viejo.

Y en este mar navega España, perdida hoy en un atolladero electoral y con el riesgo de entrar en un bucle que eternice esta sensación real de desconcierto. Es verdad que se necesita estabilidad y confianza, y no sólo para el Ibex35 o los mercados, sino para las familias y esa enorme clase media trabajadora arrastrada durante la crisis a lo que Zygmunt Bauman denomina, con el acierto de un sabio, el precariado.

Los partidos emergentes, tanto Podemos como Ciudadanos, han acogido a ese electorado desconcertado y necesitado de actuar en vez de quedarse en el sofá lamentándose de su presente, como el que necesita salir a correr o tan sólo a gritar para desahogarse. Pero no termina en aportar certezas, porque hoy por hoy no dejan de ser una expectativa, que satisface a una parte del electorado pero que no termina de convencer a la mayoría. Por eso el PSOE anda tan revuelto, porque cree haber entendido el mensaje del 20D: la necesidad de un partido que aporte sensación de seguridad y rescate los principios y valores de la socialdemocracia en los que muchos españoles siempre se han sentido a gusto. Por eso Susana Díaz cae bien fuera de Andalucía, porque habla con naturalidad de lo que casi ningún político en su partido habla: unidad de España, solidaridad territorial y defensa del modelo de la Constitución. Y por eso muchos en su partido la empujan a dar el paso al frente, del que ella está convencida aunque sin saber aún ni cuándo ni cómo. El PP anda ensimismado, como esa empresa familiar que se aferra a sus tiempos de gloria, a lo que fue, aunque su cuenta de resultados se desangre mes a mes. Sin darse cuenta de que el centro derecha de este país se siente muy incómodo con todo lo que tenga que ver con la corrupción y con la ausencia de principios que prediquen con el ejemplo. El PP también debe aportar certezas frente a la incertidumbre, aunque ello exija sacrificios personales de algunos de sus líderes. En este permanente tic tac electoral, acelerado por el rocambolesco acuerdo entre Junts pel Sí y la CUP en Cataluña, esperamos la llegada de un nuevo tiempo capaz de estar a la altura frente al desafío de reconstruir un modelo de país, como cuando España tenía ese plan de vida del que hablaba Sassen y del que, por cierto, surgieron, además de las malas, muchas cosas buenas.

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