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CARTA DEL DIRECTOR

Política entre Bertín y Wyoming

Manuel Castillo

Domingo, 29 de noviembre 2015, 11:03

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Lo más fácil del mundo es criticar con el público a favor. No tiene mucho mérito. Y en estos tiempos en los que casi es obligatorio estar a favor o en contra de todo, sin posibilidad alguna de posiciones intermedias, es habitual escuchar foros o leer opiniones en los que se despedaza, ridiculiza o humilla a la presa fácil mientras los seguidores del grupo jalean sin parar. La crítica, cuando es a otro, parece divertir mucho, y el elogio, aburre.

Ocurre, además, que vivimos también en una compleja red de pequeños mundos, en cierto modo aislados del resto, lo que puede llevarnos a creer que ese pequeño ecosistema en el que nosotros vivimos y nos relacionamos es el mundo real y completo. Es difícil alejarse y detectar la actividad e importancia de otros micromundos, tan activos o numerosos como el nuestro. Y viene esto a cuento por los recientes ejemplos de críticas a políticos por sus comparecencias en programas de televisión y radio: ¿Es criticable que Rajoy acuda a comentar el fútbol a la Cope? ¿Y que Pedro Sánchez acuda al programa de Bertín Osborne? ¿Y que Albert Rivera vaya de copiloto con Calleja? Creo que no, porque son buenos programas, con buenos profesionales al frente y con mucha audiencia.

De la misma forma, ¿es criticable que Pedro Sánchez no quiera ir al programa de Ana Pastor? ¿O que Rajoy no quiera ir a un debate a cuatro? ¿O que cualquier político conceda o no una entrevista a un medio concreto? También creo que no es criticable. Están en su derecho de ir como de no ir. Es un gesto de soberbia periodística creer lo contrario. Cada político, más aún en campaña, puede ir a donde quiera y someterse luego a la crítica por lo que dice o lo que hace. Es absurdo pensar, como algunos se creen, que sólo ciertos programas, ciertos medios y ciertos profesionales tienen la exclusiva de la excelencia periodística. Ni mucho menos.

Si nos sumergimos en el ecosistema periodístico-político-tuitero veremos que llueven las críticas hacia uno y otro lado, pocos con argumentos razonables -por ejemplo que en un país maduro su presidente candidato debe debatir con otras fuerzas- y muchos como auténticos hooligans de la derecha o la izquierda, arrogándose la extraña potestad de decidir lo que está bien y lo que está mal, lo que es periodismo y lo que no, que generalmente coincide con sus intereses y su ideología. ¿Que ocurriría si nos asomásemos, por ejemplo, al mundo de los aficionados al fútbol poco interesados con la política? ¿O al de señoras hartas de fútbol y encantadas con Bertín? ¿O al de jóvenes indiferentes y fans de las locuras de Calleja? Pues veríamos que en todos los casos la decisión de Rajoy, Sánchez o Rivera es un pleno acierto para llegar a un público muy concreto que vota como todos pero que no se pirra por las tertulias-políticas-del-corazón de los viernes y sábados por la noche y que prefiere el Sálvame de turno, un buen partido de Champions o un par de horas de YouTube antes que el adoctrinamiento político o periodístico.

¿Qué diferencia hay entre que un político visite un programa de Bertín o de Wyoming? Ambos presentadores lideran programas de entretenimientos, son artistas, divertidos, músicos, les gusta vivir bien, han ganado mucho dinero y han tenido éxito. Al margen de la audiencia de sus programas (20% de Bertín y 12% de Wyoming) y sus cadenas (una pública y otra privada), la única diferencia entonces es que uno es de derechas y otro de izquierdas. Por eso los de izquierdas critican a Bertín y los de derechas a Wyoming. Aunque también los hay que critican a los dos.

El problema no es que los candidatos vayan a programas de entretenimiento, que bailen, salten, hagan piruetas o den collejas; el problema, estoy convencido, es descubrir a tiempo si detrás de cada uno de ellos hay un actor de variedades o un presidente del Gobierno solvente.

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