Borrar
LA ROTONDA

Gatos pardos

Ignacio Lillo

Miércoles, 7 de octubre 2015, 12:40

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

En la calle Cristo hay una vecina nueva. Es una mujer de mediana edad, bien vestida y educada; se ha instalado con su cartelito en un escalón al lado de una tienda de Movistar y una floristería que no cierra nunca. Se suma a otros, muchos y cada vez más, que van poblando esta y otras avenidas, al mismo ritmo que se ocupan los locales vacíos y van surgiendo nuevos negocios. Paradojas de esta supuesta recuperación del fin de la crisis, que ha dejado el camino cuajado de sombras.

Ahí están el fijo de la puerta del Maskom, al que no hace mucho me encontré paseando a su perro en La Cala, por lo que adivino que es vecino de allí. El otro, jovencillo y barbilampiño, que pide comida sentado en un banco, con un carrito, y aparece y desaparece por temporadas. El señor mayor, rumano, que toca el acordeón frente a la puerta de Unicaja. Y la anciana religiosa, siempre con una oración susurrada en los labios, que ya tuvo un monográfico meses atrás en esta misma sección.

Lo dijo de sí mismo, en primera persona: «Me he esforzado para llegar de la nada a la pobreza extrema». Además de un genio como actor, Groucho Marx fue uno de los grandes pensadores del siglo pasado, y estas palabras parecen hechas a medida para definir uno de los mayores problemas de nuestro tiempo, la desigualdad. Esas 'nadas' tienen múltiples formas: la de la patera y el escondite en el hueco de la rueda de repuesto de un camión. La de la guerra en Siria, en Afganistán, en Sudán y en una decena de países más. Pero también, la nada de la chabola de nacimiento; la de los malos tratos y la droga sobrevenida; la del paro crónico. El resultado, la pobreza extrema, siempre es el mismo.

Juan Cano y Boris Salas han puesto el foco, con su boli y su objetivo, sobre los más pobres de entre los pobres, los que se esconden en las noches suaves de terral de otoño, como gatos pardos, invisibles. En la misma ciudad y con los mismos sueños, debajo de un puente del Guadalmedina donde la lluvia es el peor enemigo. Basta con darse una vuelta por la Alameda Principal, que en cuestión de días será tomada por las máquinas para la llegada del metro, para darse cuenta de que el número de necesitados crece y se multiplica cada día. Es verdad que Málaga comienza a recuperarse después de ocho años de depresión, pero no puede ser a costa de olvidar a tantas personas que nadie ve. Como a los gatos pardos en la noche.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios