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HABLAR Y VIVIR

LA RETÓRICA

Antonio Garrido

Domingo, 27 de septiembre 2015, 11:08

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Hace pocos días un ilustre investigador del español afirmaba que el lenguaje de los políticos se había convertido en una lucha y que los mensajes se usaban como flechas con la intención de hacer el mayor daño posible al adversario; por supuesto, no enemigo. Es una distinción básica, fundamental. En política los que se oponen son adversarios como bien recordó Churchill a una diputada que hacía sus primeras armas parlamentarias y se pasó de rosca en la dialéctica.

No le quepa la menor duda al ilustre colega que el arte y técnica de la retórica que podemos escuchar en las cámaras poco tiene que ver con la serena figura alegórica que nos contempla desde la altura de la biblioteca del Escorial, esa figura manierista y un punto angulosa. En el artículo del DRAE encontramos acepciones que se oponen. Es muy interesante contrastar: 'Arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover'; 'Teoría de la composición literaria y de la expresión hablada' con 'Uso impropio o intempestivo de la retórica' y 'Sofisterías o razones que no son del caso'. Es conocida la frase: «No me vengas con retóricas».

Por una parte es un arte y una ciencia humana, en consecuencia no exacta pero que tiene leyes y reglas acuñadas a lo largo de siglos. No olvidemos el origen más que culto e ilustre del vocablo; por otra parte, ese uso despectivo que llega a afirmar: «No le hagas caso, es muy retórico»; es decir, muy afectado, artificial, pedante y difícil de comprender.

¿Cómo pueden coexistir ambos usos? Perfectamente, como en otras muchas palabras. La retórica como teoría y práctica cayó en desgracia porque se había convertido en una casuística de palabras complicadas y de definiciones también complicadas. Se estudiaban las figuras como un inventario de fórmulas que se olvidaban con facilidad. Es cierto que el lenguaje político ha ido evolucionando a formas de expresión más sencillas y coloquiales. Nadie puede conmoverse en estos tiempos con discursos de Castelar o de Alcalá Zamora y fueron grandes oradores. Las modas y los modos han cambiado.

Ese cambio es consecuencia del cambio social y del empobrecido uso del lenguaje que llega al mal uso del idioma, a su destrucción. No es más que una faceta más del proceso de incultura masiva que desde hace décadas nos ha ido comiendo el terreno hasta llegar a la incapacidad de explicar textos sencillos y a la dificultad de leerlos. No es cuestión de llorar sobre el difunto porque no parece que las cosas vayan a cambiar mucho.

Un análisis de los usos retóricos del lenguaje político de estos días ofrece una nómina de planteamientos que voy a resumir. Desde luego hay que considerar que la presencia de un mayor número de partidos les obliga a seleccionar unos elementos de comunicación que sirvan para identificarlos. Cada partido quiere tener su retórica en cuanto a los mensajes de carácter general con los que conseguir la adhesión del electorado.

El PSOE es el que menos definido tiene su ámbito de expresión porque desea mantener una equidistancia que le permita maniobrar con vistas al futuro. Fórmulas como la España federal, el no estar con unos y con otros, lo mantienen en un terreno poco definido. IU ha perdido completamente su discurso en beneficio de Podemos. Ciudadanos plantea cuestiones generales que ofrecen perfiles ideológicos muy poco claros y variables. El PP ha reforzado su discurso constitucionalista y se muestra más firme en mensajes en los que ha sido muy tibio durante mucho tiempo.

El caso que más me interesa es Podemos. Su inventario de textos, sus mensajes, empezaron siendo de extrema izquierda, de un radicalismo total y hasta violento. Su desplazamiento hacia la «centralidad» palabra usada por su líder es un viaje que veremos qué efectos tiene en su electorado. Pasar de la revolución a formas ortodoxas de vida política es complicado en tan poco tiempo. Lerroux tardó años en hacer esa transformación. Pasar de convertir a las novicias en madres a rezar el Padrenuestro en un mitin requirió su tiempo.

Podemos no tiene en estos momentos unidad de discurso. Basta contrastar las declaraciones de unos y otros. El caso del disidente venezolano es un ejemplo paradigmático de lo que llevo dicho. Todos han condenado la condena, yo también, pero la ambigüedad y hasta la comparación con ETA opacan la retórica podemita y la fragmentan.

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