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CARTA DEL DIRECTOR

LA FERIA Y ESAS COSAS

Manuel Castillo

Domingo, 6 de septiembre 2015, 12:48

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Hablar sobre la Feria es un debate recurrente cada mes de agosto. Desde siempre, diría. Y ocurre lo mismo con la limpieza, el urbanismo o sobre temas más concretos como la noria. Aún recuerdo las polémicas por la remodelación de la plaza del Obispo, por el pastiche del edificio frente a la Casa Natal de Picasso, por la escultura 'Palera' de Miquel Navarro, por el derribo del Silo del Puerto e incluso por la peatonalización de calle Larios, a la que se oponían muchos ciudadanos con fiereza. Aunque nada igual que el rechazo de los comerciantes a la ubicación de El Corte Inglés en el edificio del antiguo cine Goya en la plaza de Uncibay y que obligó a su actual ubicación, que en aquellos años se consideraba 'las afueras de la ciudad'. Fueron debates saludables que, con sus errores y aciertos, contribuyeron a crear ciudad.

Hay que promover el debate y la discusión, a ser posible sin posiciones maximalistas y con la certeza de que es imposible llevar siempre la razón. Es lógico que la Escuela de Bellas Artes de San Telmo se opusiera a la instalación de la noria en el Puerto; de la misma forma que son lógicos los deseos de su presidente de traer a Málaga el museo de Sol LeWitt; o que Soler o Alcántara prefieran la Feria del Libro a la del Real; o que los hosteleros disfruten con las terrazas abarrotadas y yo las terrazas silenciosas con vistas al mar; o que los rocieros sueñen con el tío del tambor y el Sr Chinarro con el tío de la cabra. No me imagino a nuestro dandy Alfredo Taján vestido de corto con sombrero cordobés, ni al energúmeno que se desnudó en la feria haciendo cola para entrar en la exposición de Louise Bourgeois. A cierta edad uno asocia el sudor, el calor y el alcohol a juegos de dos y no tanto a la excitación en tropel exaltando la amistad y lo que haga falta rebujito va y rebujito viene, pero eso son sólo cosas de los años. Así, la ciudad es una concertación de gustos y opiniones inevitablemente diferentes y, a veces, contrapuestas por cuestiones tan simples como la edad, la procedencia, la cultura, el sexo, la ideología, la religión o los intereses, económicos sobre todo, cuando no ególatras o grandilocuentes. Sólo es preciso que en cada caso alguien tome el papel de árbitro sensato y, sobre todo, de que la ciudad se dote de un modelo, de una especie de libro de estilo que nos libre de errores imperdonables y también de la influencia de derrotistas incorregibles.

Particularmente creo que Málaga tiene una gran feria, peculiar por su feria de día y atractiva por su carácter abierto y extrovertido. Por supuesto que tiene cosas que corregir y mejorar, que no gustan los descamisados o los que no saben beber, o que demasiadas veces se echa en falta el buen gusto, pero es que de lo que hablamos es de una ciudad en la calle, con miles de personas comiendo y bebiendo durante horas.

Conozco a mucha gente, de aquí y de allá, que se divierte en la feria y que le gusta, y que quiere volver. No caigamos en el error de hacer sólo caso a críticas que provienen en muchos casos de personas que en el libre ejercicio de su libertad feriante ni le gusta la feria ni ha ido ni piensa ir jamás. El problema no es tanto de modelo como de educación cívica; lo malo no es el botellón, sino dejar todo tirado por el suelo y utilizar los portales y esquinas como baños públicos.

La mejor forma de mejorar la feria de Málaga es escuchar a los que disfrutan de ella, porque son los que mejor la conocen, por dentro y por fuera, y no se dejan intoxicar por 30 segundos de un informativo en televisión.

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