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INTRUSO DEL NORTE

Saúl, sí, entre los vivos

JESÚS NIETO JURADO

Lunes, 31 de agosto 2015, 12:14

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Hace unas semanas, hablé por Castilla del verano sangriento que hemos pasado de Marbella a Bilbao, de Santander a Salamanca. Agosto se quería llevar toreros, mozos, maletillas gallardos y aficionados en las plazas del Norte, en los cosos del Sur, en los hospitales de provincia con voluntad y sin medios. Decía que volvíamos, casi, a sentir la tragedia de Paquirri revivida en el niño. La España antitaurina pedía que un morlaco le sacase a un torero las tripas por la boca, el pulmón por las narices, y cosas así. Lo hablaba ayer con el Tito Miguel (un Juncal con bigote poblado y mil lecturas), de vinos por el barrio, cuando andábamos encontrando la poesía del toreo entre los versos de Miguel Hernández o los de Villalón. Me recordaba el Tito Miguel aquella utopía lírica de una ganadería de toros con los ojos verdes, o a los toreros de su tierra albaceteña y la importancia espiritual y ecológica de la dehesa. Después nos perdimos por la ciencia del Cossío y hubo una promesa de ir a los toros por Brihuega. Porque es verdad que el verano ha abierto en este país el verdadero debate, el que pasa por el ideario antitaurino de confundir la moral con la veterinaria. Así se lo dije al Tito y así lo apuntó en su diario.

Y hablamos, claro, de Saúl Jiménez Fortes; de la pasta especial con la que el maestro le ha echado cojones toreros a la Parca. Lo que sucede es que por esto de la temporalidad, por la cosa de los lunes, no pude yo escribir mi columna en apoyo -con aliento del maletilla que soy- al maestro Jiménez Fortes. Pero lo hacemos hoy, en el elogio merecido al valiente torero, al torero que se fue a lo oscuro en las planicies charras de Salamanca y volvió a la vida, sí, a la vida, con la mitología gloriosa del toreo y el buen hacer de los médicos.

Saúl se fue y volvió, rescató de lo negro el fuego del héroe, y como que el milagro tuvo apellidos de cirujanos. Y mientras Jiménez Fortes pugnaba por seguir residiendo en la tierra, 'cienes' y 'cienes' de indeseables llegaban casi al paroxismo cada vez que una cuadrilla recogía del albero a un torero en trance de irse al otro barrio. Pero Saúl volvió, volvió a darnos la lección más grande de la torería, de forma valiente, sin estridencias. Como si su retorno al reino de los vivos viniera a callar a esa turba antitaurina, con las tetas al aire, teñida de rojo, que se aburre o se entretiene en ir estropeando las ferias grandes y las pequeñas.

Saúl volvió de la muerte con el fuego y la verdad atávica de la tauromaquia pegada, para siempre, a la taleguilla. Somos muchos, infinitos, los que valoramos incondicionalmente su gesta. Hay quienes desean la muerte de un torero por moda, por tendencia tuitera. Pero a muchos, desde pequeñitos, vinieron a enseñarnos la grandeza de este arte, y bien sabe Saúl Jiménez Fortes que jamás nos rendiremos en esta certeza que quizá sea la única mía.

Que los antitaurinos bufan, sí, luego toreamos. Aquí y en las Américas.

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