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ABOGANDO

COMPENSACIONES

NIELSEN SÁNCHEZ-STEWART

Miércoles, 5 de agosto 2015, 12:50

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HACE más de dos mil años, los romanos acuñaron una expresión que definía una de las varias clases de contratos: do ut des, doy para que des, manifestación de la conmutatividad de las relaciones entre los hombres (y también entre éstos con las mujeres y de las mujeres entre sí, que todo hay que decirlo). Me viene esto a la cabeza porque asisto, lo mismo que todos, a la pléyade de sinsabores que le hemos estado dando al Jefe del Estado, sin ofrecerle nada a cambio. Se está transformando en una costumbre el atacar con saña al que ocupa esa nada envidiable posición. No digamos lo que se ha propinado al anterior del anterior, a quien se ha responsabilizado de todas las desgracias que han asolado a la humanidad hasta, a lo mejor, del diluvio universal. Ni el trato que le dispensamos al que será para nuestra generación el rey que, después de deslomarse durante más de treinta años en nuestro servicio, se permitió unas licencias que no han sido perdonadas especialmente por los envidiosos que no han estado nunca en Bostwana pero que se apuntan a Cuba y a la República Dominicana a la primera de cambio. Tampoco, por los fisgones y celosos de la vida íntima de los demás desatendiendo la propia.

Desde la impecable proclamación de Don Felipe y durante su no menos impecable desempeño, no ha pasado un mes sin que le hayamos dado un disgusto. Y en época reciente, se ha arreciado la tendencia. Desde la pitada al himno nacional en no sé qué partido de fútbol en el que se podría haber omitido su interpretación -evitando así las multas que para algunos son una exageración y para otros, un atropello a la libertad de expresión, libertad que, por cierto, está dando muchísimo de sí-. (Es posible que pitar sea libre pero no lo es el organizar el follón. Eso es otra cosa). En Cádiz, lo descuelgan, en el buen sentido de la palabra, y lo reemplazan por don Félix, un prohombre gaditano muy digno de ser recordado, con una estatua, con una calle, una plaza, un monumento pero que, dicho sea con todos los respetos, juega en otra división (a propósito del deporte, iba a decir rey). Por cierto, he visto al nuevo alcalde con traje y corbata y luce estupendamente. ¡Chapeau! También con esto de cambio de cromos, un iluminado aragonés se empeña en sustituir el nombre de un pabellón que se llamaba Príncipe Felipe con el de un ciudadano que lamentablemente falleció hace poco y al que se le debe, aparentemente, mucho. Es muy meritorio que se quiera recordar a ese señor pero me pregunto si no hay otros sitios donde inmortalizarlo. Estoy seguro que en la ciudad del Ebro hay más de un paraje digno de ese recuerdo, incluso otro pabellón, según dicen. En Barcelona, ciudad que no deja de dar malas noticias, como capital del Principado que es, se pierde el tiempo desplazando un busto que decoraba el salón de plenos del ayuntamiento, y no es un decir porque el busto es bien bonito, y se declara que el reemplazarlo por su sucesor está en veremos, a pesar de lo que diga la norma que impone que en los edificios públicos se debe mantener una imagen de quien preside la nación.

Por muy rey que sea Don Felipe, por muy bien preparado que haya estado para asumir el cargo que se le destinaba desde que vino al mundo, es un hombre con todas las características que tiene esa condición. Y debe tener, por mucho aguante del que pueda echar mano, un límite. No sería el primer monarca que decidiese apartarse. Su bisabuelo y la abuela de éste decidieron marcharse cuando la pista se les puso pesada y nos sumergieron en el marasmo. Todas los trabajos, y el suyo es uno más y no precisamente muy agradable, tienen que tener una compensación además del sueldo que no es bastante aunque imprescindible. Cualquiera que haya desempeñado una actividad remunerada por cuenta ajena o haya empleado a alguien estará de acuerdo conmigo en que un cariñito cada cierto tiempo es muy de agradecer. Y al pobre no le hemos hecho ninguno. Y si lo cabreamos más, los que saldremos perdiendo somos nosotros. Que él tiene la vida resuelta

En Marbella tenemos un busto de don Juan Carlos en la Plaza de Los Naranjos. Espero que a nadie se le ocurra removerlo para que siga la ruta del que representaba al Generalísimo.

Por cierto ¿dónde estará esa efigie?

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