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EL MIRADOR

Pero Grecia ¿es Grecia?

Syriza ha llevado el debate de la racionalidad a las emociones; y no sólo en Grecia, sino en toda Europa

Teodoro León Gross

Martes, 7 de julio 2015, 12:33

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Tucídides cuenta un buen episodio, en vísperas de la guerra del Peloponeso, muy apropiado para quienes estos días sostienen la extravagante teoría de que Europa debe salvar a Grecia porque ellos son los fundadores de la democracia y del pensamiento occidental. Ya es bastante pintoresco hacer creer que, por el mero hecho de ser griego, Tsipras lleva el sello de Pericles; como si cualquier líder español heredara los méritos de Fernando el Católico; cualquier francés, de Richelieu; cualquier italiano, de Lorenzo de Medicis, o cualquier alemán de Bismarck. Por demás, parece una gansada eso de que Tsipras, Varoufakis o Tsakalotos debieran amortizar, en préstamos a fondo perdido de la banca europea, las aportaciones de Aristóteles, Fidias o Sófocles hace veintitantos siglos. Ese clase de argumentos delata una considerable precariedad de argumentos.

En todo caso, para nostálgicos, ahí va lo de Tucídides sobre 'el debate de Mitilene': ante un conflicto con Lesbos, los atenienses votaron en su asamblea y, agitados por un líder 'demagogo' llamado Cleso, en el referéndum se impuso dar el castigo máximo de matar a los varones y esclavizar a mujeres y niños; pero un día después de partir los trirremes para ejecutar la decisión, reconsideraron que era un disparate. N.Haynes resume el valor del episodio: «Tucídides narra esta historia con resignación cansada, como si fuera la clase de cosas que hay que tragar en una democracia: muchedumbres idiotas que, tras adoptar decisiones idiotas a petición de oradores idiotas, corren luego a lamentarse por haberlas adoptado». Es absurdo el mantra de la cuna de la democracia como si ese fetiche bastara para resolver esto. Si Europa hoy les bajase el pulgar, muchos griegos no tardarían en lamentarse viendo a Tsipras como un demagogo fatal.

Syriza ha logrado llevar el debate de la racionalidad a las emociones; y no sólo en Grecia, sino en toda Europa. Ha ganado, pero ¿qué ha ganado? Podría ser, como sostiene Krugmann, que la Unión salga beneficiada porque la 'Europa de los mercaderes' había devaluado la fe en el proyecto europeo, y esto restablece cierta dignidad. Eso estaría bien, aunque cuesta creerlo. ¿A qué han votado 'no' los griegos? En realidad no parecían votar sobre la negociación, sino sobre el orgullo nacional. Su celebración llena de banderas evocaba los días del triunfo en la Eurocopa de 2004. Pero la solución no pasa por la nación sino por la Unión. Dentro hay reglas duras en manos de tecnócratas a veces miopes políticamente; pero fuera, sólo cabe el desastre para el país en bancarrota, con el sistema financiero desarbolado en un corralito antipánico dependiente de la liquidez de emergencia del BCE. Y en un momento de auges nacionalistas y populistas en Europa, el éxito de Tsipras puede servir de 'efecto llamada' para todos los demagogos.

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