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EL EXPRESO DEL SUR

Vida después de la política

La democracia es de quien la trabaja a diario, en la calle o en el trabajo, en la salud y en la enfermedad

JUAN JOSÉ TÉLLEZ

Sábado, 4 de julio 2015, 11:55

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Es una cuestión, de fe. Hay quien cree, por ejemplo, que hay luz al final del túnel, que el trabajo dignifica o que existe el infierno porque en caso contrario no existiria el paraíso, aunque los recortes llegaron también al catecismo y el limbo liquidó existencias por cierre patronal.

Francisco de la Torre, alcalde de Málaga, cree por ejemplo que hay vida después de la política. Así, con tales palabras, lo profetizó ante cuatro concejales de su Ayuntamiento a quienes se les está aplicando una suerte de despido en diferido pero sin indemnizaciones millonarias como al inefable Luis Bárcenas.

De la Torre pronunció la frase con la profesionalidad de las pitonisas, con la profesionalidad de quien sabe de lo que habla, la misma semana en que Perogrullo aseguró que Mariano Rajoy era el candidato natural del PP. Vida inteligente más allá de la política, dijo. He ahí lo sorprendente: ¿cómo sabe el eficiente y amable alcalde malagueño que no hay un agujero negro después de ejercer la cosa pública? Sin duda alguna, gozará del don de la fe porque lo cierto es que él no ha dejado de estar en la pomada institucional desde los tiempos remotos en que debutase como edil, allá por 1970, cuando obtuvo una concejalía por el tercio de entidades y corporaciones.

Si hubiera existido Ciudadanos y la manía contra los altos cargos y las puertas giratorias, en aquellos consistorios franquistas, lo mismo no habría podido convertirse con 28 años en el presidente más joven de la Diputación. Cierto es que, dada su solvencia como sociólogo y como ingeniero agrónomo, al alcalde malagueño no le faltó trabajo -también en lo público- durante sus breves vacaciones del arte de lo posible.

Por indudables razones de peso electoral, los malagueños llevan quince años confiando en sus dotes para regir los destinos de una ciudad fabricada con los sueños de 600.000 políticos. ¿O es que, en democracia, no ejercemos todos ese desempeño que a partir de la llegada de la democracia debería haber dejado de ser monopolio de los profesionales para convertirse en patrimonio de los amateurs? El fracaso de dicha ecuación ha provocado, sin embargo, que la gente corriente contemple a sus representantes desde la peana y el boato que concierne a los nuncios, a los prebostes, a la brujería médica y a los leguleyos, olvidando que son tan sólo empleados contratados por los votos de la mayoría o de las minorías que sepan entenderse. Descreídos de césares y tribunos, a lo largo de las últimas décadas hemos transitado desde el desencanto nihilista a la vigilancia de sus desmanes. Ahora, volvemos al principio y volvemos a creer, a pesar de leyes cimarronas, que la democracia es de quien la trabaja a diario, en la calle o en el trabajo, en la salud y en la enfermedad, y no sólo cada cuatro años depositando un voto. En libertad no existe vida más allá de la política, porque toda la vida es política. O debiera serlo. Lo que ignoramos, sin duda, es si esa vida resulta inteligente.

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