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SUITE JÚNIOR

EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA

TXEMA MARTÍN

Martes, 26 de mayo 2015, 12:55

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En el día de ayer, una vez conocido el recuento definitivo de los votos, más de un gestor que trabaja por la cultura en Málaga pudo, por fin, respirar aliviado. Después de algunas semanas de desconfianza, se supo que con toda probabilidad la capital malagueña seguirá con un 'establishment' más o menos como el de antes, así que aquellos con un puesto de trabajo que depende del visto bueno no sólo de un partido, sino de un político concreto, podrían imaginarse aguantando en su tarea por más tiempo. Pero sucede que en este fenómeno hay, sin embargo, un error de base que parece ya imbuido sin remedio en nuestro país y que no es habitual en otros lugares de nuestro entorno: la concepción de la cultura como una herramienta de los partidos, la defensa del sometimiento de programas culturales dependientes cuyos fines son la obtención de réditos electorales que no tienen nada que ver con los fines reales de la cultura. Y, con esto, el trabajo de muchos profesionales que por desgracia puede darse por finiquitado por lo cambios políticos, destrozando proyectos cuando ni siquiera han sido realizados por completo. Ojalá de los cambios políticos que parece que sacudirán las zonas más inmóviles del país obtengamos una impresión diferente de lo que es en realidad la cultura, aunque eso pase de forma más o menos inevitable por desligarla de la política y el partidismo. Y, por supuesto, que los puestos de trabajo del sector cultural estén independizados lo más posible de estos cambios.

Una de las peores autocensuras se produce cuando silencias tu opinión por si hay alguien escuchando que pueda darte trabajo y que piense diferente a ti. Hay, por supuesto, loables ejemplos de independencia, pero tarde o temprano terminas comprobando cómo el miedo y el sectarismo que la sociedad parece haber heredado de una época que no le corresponde termina por abrirse paso; entonces contemplas cómo hay quien, por un lado, exige posicionamiento de una forma servil y quien, por otro, está dispuesto a subastar sus opiniones al mejor postor. Y eso, en definitiva, me parece una de las grandes tristezas de nuestra sociedad y de la cultura.

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