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LA TRIBUNA

La sociedad como cliché explicativo

La violencia tiene causas muy complejas, y las sociales tienen ciertamente un gran peso, pero no lo explican todo

ANTONIO DIÉGUEZ CATEDRÁTICO DE LÓGICA Y FILOSOFÍA DE LA CIENCIA EN LA UMA

Martes, 28 de abril 2015, 12:55

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Algunos dicen que no hay que culpar al adolescente que ha matado a un profesor en Barcelona, porque es el producto de una educación equivocada. Hace unas semanas Rosa Montero se preguntaba qué tipo de sociedad le estamos ofreciendo a los jóvenes en Europa como para que éstos se enrolen en las filas del Estado Islámico y se vayan a Siria a matar a todo lo que se mueva. Según esto, no hay nadie que deba ser realmente responsabilizado de sus acciones. Todos son víctimas del sistema educativo y de la sociedad, que no ha sabido adaptarse a sus necesidades u ofrecerles alguna alternativa. Ésta es una opinión realmente notable, pues de ser cierta tendríamos resuelto el problema de la teodicea; todo consiste en encontrar al último responsable del sistema educativo. Ése, al parecer, ha sido el único malvado causa sui y habría que darle lo suyo. Los demás somos todos una larga cadena de víctimas; incluyendo -es de suponer- a los que sustentamos ahora ese sistema, del cual somos también producto.

Todas las acciones humanas, hasta las que se hacen involuntariamente, tienen una causa. Son el resultado de ciertos patrones de activación neuronal en el cerebro. Dado que estos patrones de activación neuronal están sometidos a las leyes físicas deterministas que rigen nuestro universo en el nivel macroscópico, muchos filósofos piensan que el libre albedrío es una 'ficción útil para la vida', por utilizar una expresión nietzscheana. Esta tesis, que tiene muy buenos argumentos en su favor, es rechazada de forma vehemente por la mayor parte de la gente a la que se le expone. «¿Cómo van a ser mis acciones el mero producto de leyes cósmicas que han determinado desde el comienzo mismo del universo todo lo que voy a ser y a hacer? ¿Acaso no me siento libre en muchas cosas que hago a diario? ¿Puede ser eso una mera ilusión? Yo soy el artífice de mis acciones, le guste o no a los filósofos».

Sin embargo, muchas de esas mismas personas que rechazan el determinismo físico/neurológico aceptan con facilidad una tesis menos defendible y que cuenta con argumentos bastante peores. Claro que no se la aplican casi nunca a sí mismos, sino sólo a los demás. Y no a todos los demás, sino solo a algunos. La tesis en cuestión es que detrás de las acciones de cierta gente, como causa última y decisiva, está el injusto y frustrante sistema social que padecemos, el desastroso sistema educativo, la crisis económica, que destroza familias, las películas violentas, los videojuegos, etc. (añádase aquí cualquier factor social que el lector considere particularmente perturbador). El sistema social nos convierte a (casi) todos en marionetas que se mueven según sus imposiciones.

El problema de esta tesis es que no puede diluir por completo la responsabilidad individual, como al parecer querría, porque en el mundo hay muchas personas que sufren, que han vivido en familias desestructuradas, que han asistido a las mismas aulas precarias y abandonadas, con problemas para llegar a final de mes y que han jugado con los mismos videojuegos, y sin embargo las acciones de unas difieren mucho de las acciones de otras.

Detrás de nuestras acciones está todo lo que somos, y entre lo que somos hay que contar ciertamente de manera muy especial el entorno social en que hemos vivido y las influencias ambientales y educativas que hemos tenido, sobre todo en el ámbito familiar y de amigos cercanos. Pero también está la neuroquímica de nuestro cerebro, nuestro genotipo, nuestro fenotipo, el tiempo atmosférico (hay más suicidios y crímenes los días de mucho calor), la edad, lo que hemos comido y bebido, y -si no somos deterministas físico/neurológicos- hemos de incluir también nuestra propia voluntad para hacer esto en lugar de aquello. Las acciones libres no son las que carecen de causa alguna, sino las que obedecen a decisiones tomadas por razones o deseos asumidos como propios.

Suponer que la violencia es el resultado exclusivo de las estructuras sociales y económicas, o que detrás de cada acción individual pesa sobre todo una causa social, es un reduccionismo que ya ha sido abandonado por casi todos los que estudian la conducta humana. No se trata de negar, obviamente, que el factor socio-económico sea relevante en la explicación de la violencia. No en vano, los mayores índices de violencia se dan en las zonas más pobres y/o políticamente inestables de nuestro planeta. Pero hay muchas otras causas detrás de nuestras acciones además de las sociales. Y, desde luego, ese entramado causal no implica necesariamente que no sean acciones realizadas responsable y libremente. Para mostrar que una acción no es responsabilidad del que la ha hecho, habría que probar que la acción era un resultado necesario de los factores precedentes o que la iniciativa de la acción no correspondía al sujeto consciente. Y probar algo de eso es difícil. ¿Puede, no obstante, la influencia ambiental y social hacer que alguien carezca de libertad de voluntad, es decir, que sus deseos sean deseos impuestos, y que, por tanto, su acción no sea libre? Sí, claro que sí. En casos graves de destrucción de la personalidad del individuo (como en los casos de abuso de menores, por ejemplo), parece que sucede de ese modo.

En resumen, aunque en alguna circunstancias es pertinente acudir al entorno social para explicar la conducta de un individuo, por ser dicho entorno particularmente significativo en el modo en que puede haber conformado una personalidad anómala o por ser un entorno tan degradado u opresivo que deja muy pocas alternativas de acción a todo el que se ve inmerso en él, por lo general, si su entorno ha estado razonablemente abierto en sus posibilidades y es compartido por una gran cantidad de personas que se comportan de forma muy distinta al individuo en cuestión, lo relevante en la explicación de su conducta será lo que le singulariza a él como individuo y no lo que comparte con todos.

La violencia tiene causas muy complejas, y las sociales tienen ciertamente un gran peso, pero no lo explican todo. No conviene olvidar, además, que la sociedad ejerce un control imprescindible sobre ella. Diagnosticar esas causas con acierto y sin generalizaciones vagas es fundamental, puesto que, en caso contrario, difícilmente podremos luchar contra ella. Por poner un ejemplo muy simple, no hay en absoluto consenso científico alguno acerca de que los videojuegos o las películas fomenten la violencia.

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