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EL EXTRANJERO

Forofos

La razón intenta evolucionar hacia ese lugar utópico donde los hechos pueden ser contemplados con equidad, sin la alteración de las pasiones

Antonio Soler

Domingo, 26 de abril 2015, 12:41

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La objetividad es un puerto inalcanzable, tan remoto como las Indias occidentales lo eran para el hombre de neandertal. La razón intenta evolucionar hacia ese lugar utópico donde los hechos pueden ser contemplados con equidad, sin la alteración de las pasiones. Pero, mientras, en otros ámbitos, lo único que vale es la pasión, lo visceral, aquello que escapa -y que cada vez quiere escapar más lejos- de la ecuanimidad y sus aburrimientos. La distorsión como meta, y cuanto más radical, mejor. Blanco o negro, inexistencia de matices que acaban tomándose por ambigüedad, por debilidad. Los equipos de fútbol y sus forofos. Una jugada dudosa dentro del área en un partido Madrid-Barça jamás será vista del mismo modo por un hincha culé que por otro merengue. No se exaltan, no reivindican al árbitro el penalti o la inexistencia del mismo siguiendo un guión ni fingiendo nada, simplemente sus ojos han visto lo que veía el pozo ciego de sus vísceras. Es decir, sus ojos han dejado de ver o al menos han tenido una visión sesgada. Son dueños de la verdad, y así se lo comunican a través de la pantalla de plasma y a voces a un árbitro que está a cientos de kilómetros. La indignación o la alegría están impulsadas por un sentimiento absoluto, por un amañamiento sentimental de la realidad. Por una ofuscación trabajada día a día y que al final es un modo de alejamiento de la objetividad, de la utópica isla. Sus insultos o su alegría parten de una verdad que para ellos es la única posible. Un trampantojo.

Bien. Pues ese trampantojo es el que impera en muchas otras parcelas de la sociedad. Cada día, por una esquina o por otra, aparecen voceros pregonando esa conversión del ciudadano en forofo. Un año electoral como el que padecemos no es más que un acelerador de partículas en ese sentido. Una rampa de lanzamiento para el reducionismo, para que elijamos los buenos o los malos, para negar o afirmar escapando de la duda o del matiz como de la peste. Es decir, escapando del análisis, escapando de la inteligencia. La irrupción de Podemos, catalizador de odios y pasiones, es el ejemplo más vivo de esa polarización, pero no el único. Ojalá. Los bares, las reuniones familiares y las tertulias improvisadas de amigos están llenos de legitimadores del PP o del PSOE, o de dinamiteros de los mismos, o de Podemos. Le gritan a un árbitro que, igual que el otro, está a cientos o a miles de kilómetros.

Se recitan, como una afrenta, la lista de imputados o corruptos de un equipo o de otro como antiguamente se recitaba la lista de los reyes godos. Ángel Ojeda, Rodrigo Rato, Jaume Mata, Guerrero, Bárcenas en sustitución de Ataúlfo, Sigerico, Walia y Teodorico. Una reata de sospechas, condenas, imputaciones y tramoya legal para saber si fue penalti o no, si se merecen más tarjetas rojas los de este lado del campo o los de aquel. Así se manifiestan los políticos cada día en el Congreso, en las televisones y por allá por donde van, travestidos en una especie de managers deportivos, tratando a la ciudadanía como a un atajo de hooligans y reduciendo el pensamiento a una repetición de arengas de tres al cuarto y de soniquetes que parecen más pensados para arrear a las bestias que para estimular la conciencia de una ciudadanía occidental y civilizada. Todo tan plano que aunque pretenden profetizar la llegada del tiempo nuevo o del apocalipsis lo que realmente están anunciando es que la llegada de Manolo el del Bombo a la tribuna del Parlamento está muy cerca.

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