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LA TRIBUNA

La curiosidad nos mata y nos salva

La ciencia antigua y medieval consistía sobre todo en servirse de la observación para demostrar lo que ya se sabía, para encajar las observaciones en un sistema de axiomas (escolástico) preexistente

FEDERICO SORIGUER MÉDICO

Domingo, 26 de abril 2015, 12:41

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La lógica científica es uno de los grandes hallazgos de la especie humana. La que le ha hecho dar el gran salto adelante y llegar a convertirse en el 'rey de la creación'. O al menos a creérselo. ¿Pero cómo y cuando se produce este hallazgo? La cuestión es importante pues hay algunos que creen que la lógica científica es innata en los humanos. Es lo que piensa por ejemplo en 'Los Años Mágicos', Selma Fraiberg cuando caracteriza a todo bebé que comienza a andar como científico. Los padres, dice Selma, pueden atestiguar con delicia cómo los críos se afanan en poner en pie hipótesis causales y luego meticulosamente comprobarlas, muchas veces a base de exasperantes repeticiones motivadas más que nada por la alegría de la confirmación 'científica'. Bueno, esto es lo que parece creer también Kenneth J. Rothman en la introducción al capítulo 'La inferencia causal en epidemiología', de su libro 'Epidemiología Moderna' que tanta influencia ha tenido en la formación científica de muchos médicos. Alcanzada cierta edad, dice Rothman, el niño cuando entra en una habitación, buscará en la pared el interruptor de la luz eléctrica y, una vez que dé con uno, apagará y encenderá una y otra vez, simplemente para confirmar el descubrimiento más allá de ninguna duda razonable. Así será si así lo dicen personas tan distinguidas aunque es probable que no todos los padres se encuentren encantados con la incipiente e innata vocación científica de sus críos. Porque aunque ahora nos parezca que esto de la curiosidad es una valiosa propiedad de la inteligencia durante muchas siglos la curiosidad fue más bien un defecto, un problema, cuando no un pecado de soberbia. De hecho durante la larga Edad Media el pensamiento original, hijo de la curiosidad, era señal de orgullo malsano. Del filósofo se esperaba que se ciñese a Aristóteles, cuyo pensamiento se había hecho canónico, ortodoxo, escolástico, al ser cristianizado por Tomas de Aquino, volviéndose tan incuestionable como las Sagradas Escrituras. Un enfoque después conocido como pensamiento deductivo. Si la evidencia 'empírica' chocaba con Aristóteles peor para ella. De hecho el saber escolástico era el depositario de grandes principios, de ideas que estaban muy por encima de los conocimientos del vulgo iletrado. Desde esta perspectiva no es sorprendente que, en muchas ocasiones en lo concerniente a las plantas, a los animales, a los minerales, es decir a las cosas de este mundo, los peones y los labriegos supieran más que aquellos filósofos, prisioneros de los grandes principios que desdeñaban el mundo real, las cosas de este mundo como detalles secundarios y superficiales. En este contexto la curiosidad estaba mal vista, como algo impropio de una persona temerosa de Dios, depositario último de todo conocimiento. La consecuencia más inmediata fue que el saber, especialmente el saber práctico, se hizo secreto, algo que había que acaparar o en el mejor caso compartir con unos pocos privilegiados, llegando incluso a existir una profesión llamada 'profesor de secretos'. Dicho de otro modo la ciencia antigua y medieval consistía sobre todo en servirse de la observación para demostrar lo que ya se sabía, para encajar las observaciones en un sistema de axiomas (escolástico) preexistente. Las cosas cambiarían con la revolución científica. Así, por ejemplo, Bacon, considerado el primer teórico de la ciencia moderna, se propuso sustituir la maquinaria lógica del Esteagirita con un órganon nuevo, el Novun Organum, título del libro publicado en 1620. Estaban cambiando muchas cosas que permitirían el triunfo de la curiosidad sobre el asombro. Porque hasta entonces si la curiosidad era considerada como peligrosa por atentar contra la grandeza de la Creación divina, sí estaba, por el contrario, bien visto el asombro ante lo desconocido. Asombrarse ante el misterio no es lo mismo que sentir curiosidad ante lo desconocido. El asombro implica temor y veneración. De hecho ya en el siglo XII San Agustín recomendaba el asombro al mismo tiempo que condenaba la curiosidad. Al fin y al cabo el asombro no tenía nada de frívolo ni de hedonista, pues era la consecuencia del temor reverencial, el reconocimiento de nuestra impotencia e insignificancia ante la gloria divina. El asombro, la disposición a creer en prodigios y maravillas no era solo digna de encomio sino poco menos que una virtud religiosa. Por el contrario la curiosidad, delataba falta de fe y de devoción. Ha sido el triunfo de la curiosidad frente al asombro lo que ha hecho posible que en Occidente (y no en otras culturas) floreciera la revolución científica. Es también lo que hace aun que dentro de Occidente haya importantes diferencias entre países y es probablemente una de las razones por las que en España no ha acabado de producirse aun la gran revolución del conocimiento. De hecho, todavía en los años setenta del pasado siglo, Laín Entralgo que tanto ha pensado sobre el ser de España, decía en sus 'Escritos sobre Cajal' que el principio y el fundamento del saber científico es el asombro. Se equivocó Lain sobre Cajal, pues en sus escritos no aparece nada parecido al asombro y sí mucho de su insaciable curiosidad, pero probablemente interpretó muy bien lo que era y aun es la naturaleza misma de la educación en España. Una educación en la que a los niños no se les ayuda a desarrollar esa curiosidad innata que según Selma Freiberg traemos ya desde el nacimiento. No es sorprendente que después, ya adultos, carezcamos de los recursos para innovar, para investigar, para emprender. Generación tras generación asistimos a esta falta de pragmatismo que nos lleva a ser incapaces de rematar las faenas. Generación tras generación asistimos asombrados al misterio de nuestra dificultad para competir en un mundo crecientemente complejo. Un mundo que será de aquellos que tengan la capacidad de general conocimiento, algo que solo lo pueden conseguir los pueblos que han sustituido el asombro por la curiosidad. Que han tenido el valor de pensar por sí mismos los dogmas, de vencer el temor reverencial ante el misterio. De educar, en fin. ¿Tan difícil es?

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