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EL MIRADOR

Muertos de tercera

El Papa Francisco avergonzado por el comportamiento de los civilizados europeos con sus golpes de pecho.

Teodoro León Gross

Viernes, 17 de abril 2015, 12:47

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Esta semana ha naufragado un barco con medio millar de subsaharianos; bajo el agua quedaron al menos 400 muertos. Tal vez a usted ni siquiera le llegase la noticia. El caso es que 400 muertos, para usar un lenguaje vigente, equivale a 2,5 aviones de GermanWings, donde murieron 150 pasajeros; sin embargo, en términos de repercusión mediática, el naufragio es 0,00000025 GermanWings. No ha habido portadas, largos telediarios, minutos de silencio, lutos u honras fúnebres. Los 400 han muerto arrastrados por el flujo de noticias, entre las naderías, hasta los sumideros de la actualidad. Se trata, en definitiva, de la vieja teoría anglosajona de 'el muerto kilométrico' según su distancia: 2 muertos en tu país, equivalen a 20 muertos en Europa o EEUU, a 200 en América del Sur, 2.000 en Asia o 20.000 en África. Por eso el avión de GermanWings es otra cosa; éstos, parafraseando a aquel presidente americano, 'no son muertos, sino nuestros muertos'.

Apenas hay ya para un leve instante de atención a 400 muertos frente a Europa, embarcados inútilmente en la esperanza. Ni siquiera hay una cifra, a saber si 400 o 450, ¡bah, cincuenta arriba o abajo! Son muertos de bajo valor, casi cero en la tasación al uso. Por eso el Estrecho de Gibraltar es una de las fronteras más anchas del mundo: sólo 14 kilómetros, pero un abismo de PIB per cápita, 3.000$ allí y a este lado 30.000$. No hay frontera tan insalvable. Por eso hay más literatura sobre los 270 muertos en el Muro de Berlín que en la frontera sur de EEUU, veinte veces más sólo en década y media, pero veinte veces más silenciados, porque son muertos de segunda; o en el Estrecho, setenta veces más, pero ya muertos de tercera. Si tomamos a ETA como unidad del horror, son 25 'etas'. Pero Europa ha abandonado los rescates en el Mediterráneo. Desecho de tienta.

Este mar es una de las mayores fosas comunes del planeta. El Papa Francisco, avergonzado por el comportamiento de los civilizados europeos que se dan golpes de pecho en los parlamentos o las iglesias proclamando valores supremos, se preguntaba: «¿Quién de nosotros ha llorado por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos sobre las barcas? Estamos anestesiados ante el dolor de los demás». Y esa narcotización de la sensibilidad nos ahorra sufrir por esos 400 muertos. El Papa acertó a acuñar 'la globalización de la indiferencia'. Y Hannah Arendt ya advirtió que el mal no lo cometen sádicos o monstruos sino personas corrientes, de aspecto respetable, que sencillamente no creen que hay que elegir entre el bien y el mal: resistirse a la indiferencia -concluye- requiere integridad moral. Pero la moral cotiza a la baja. Hay otros estándares, sobre todo el PIB. ¿Cuánto vale un muerto? Los muertos pobres valen poco; los muertos sin nada, como esos 400, no valen nada.

Y entretanto parece que nosotros somos los que cada vez valemos menos.

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