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LA ROTONDA

El 'error Lubitz'

José Vicente Astorga

Viernes, 27 de marzo 2015, 12:40

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Tras el infierno de Los Alpes buscamos en el optimismo tecnológico la rendija creíble del fallo. Antes de que la caja negra hablara, nos agarrábamos incluso a la barbarie de cualquier franquicia terrorista para empezar a digerir la lotería inversa de una tragedia tan cercana. Pilotos e ingenieros han pasado por emisoras y platós para calmar la curiosidad de todos con la pedagogía sobre la fiabilidad de los aviones, siempre con viento de cola en la estadística. Todos nos apuntábamos al fallo técnico, pero el fallo técnico siempre es humano que no siempre está la vista, aunque sea un tarado en nómina en Lufthansa. La explicación añade la rabia al equipaje del dolor de las familias, agarradas antes sólo a la fatalidad. Sí no existe tecnología cien por cien segura, qué decir del cerebro humano, esa máquina formidable con tecnología defectuosa de doble uso. Al airbus no se le habían congelado los sensores ni se le pararon los motores. Sus miles de kilómetros de cables iban perfectos, pero los del copiloto no sabemos cuánto tiempo llevaban pelados en su medio kilo de neuronas de psicópata impecable bajo la gorra, tan creíble y educado que pudo hasta sonreirle en El Prat a algún pasajero que no se sabía invitado a una carnicería. Empezaremos a saber sobre la vida de Lubitz, sobre las sombras de su carrera, sobre sus cortas 630 horas de vuelo con aterrizajes impecables en la impostura. Tal vez los psiquiatras no lleguen a ninguna conclusión después de revolver sus papeles y en la caja negra de su joven vida de trastornado, salvo que alguien podía haberle orientado a tiempo como piloto para fumigar arrozales y así poder calmar su pulsión suicida contra las grullas en una avioneta monoplaza. Él aspiraba a lo más alto de la infamia, en los Alpes, a kamikaze sin honor y sin guerra, a asesino en serie sin temor a que lo cogieran y tener que alegar depresión y con esa eficiencia germana de solo siete minutos para un resultado descomunal y terrible.

Seguimos sorprendidos por la maravilla de los aviones, pero sobre todo estremecidos ante los circuitos oscuros de la mente, que es un artefacto emocional sin garantía contra los fallos. La condición humana se mueve entre alas angelicales y una mala leche estratosférica incapaz de gestionar el dolor propio y que decide convertir un avión en una guadaña de 80 toneladas. El diccionario se queda ya sin insultos a los que agarrarse. El comandante que quiso regresar a la cabina los escupió todos contra la puerta blindada. Los aviones han dejado de parecernos viejos aunque tengan muchos años, pero los pilotos veteranos o no se verán durante un tiempo injustamente marcados por el 'caso Lubitz' y una ITV psicológica que nunca podrá ser infalible. A todos nos va a costar aterrizar en la realidad.

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