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ABOGANDO

MAGNUM OPUS

NIELSON SÁNCHEZ-STEWART

Miércoles, 4 de marzo 2015, 12:27

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EXISTE en Marbella una calle que se llama Padre José Vera. A lo mejor, pocos saben de su denominación aunque es probable que todos, absolutamente todos, hayan transitado por ella y más de una vez. También es posible que pocos sepan a quien trata de recordar. Pues, al presbítero don José Vera Medialdea que tuvo la mala fortuna de ser el arcipreste y el párroco de nuestra ciudad el 18 de julio de 1936. Fue detenido, apresado, encarcelado y, en definitiva, fusilado el 30 de agosto de ese año sin juicio ni otras zarandajas responsable de un delito que en esos tiempos y latitudes era grave: ser cura.

La calle en cuestión es cortita. Unos sesenta pasos desde el paseo marítimo Duque de Ahumada hasta la calle Antonio Belón, que también recuerda a otra víctima. Tiene una forma sinuosa y una pendiente acusada. Hace unos años se pavimentó bajo las instrucciones de un topógrafo con vocación de alpinista porque la estrecha acera tenía unos desniveles propios de un escalador. La vía tiene cintura determinada por una construcción que quedó como un testimonio vivo de la ciudad que se fue y que se destina en parte a viviendas y en parte a una casa de comidas. Estaba ornamentada con dos o tres raquíticos arbolitos y cuatro aparcamientos desembocaban en ella.

En septiembre de 2014, esta modesta callejuela se cerró al tráfico rodado y peatonal lo que influyó en mi propia circulación. Vivo allí y cada día utilizaba esa ruta para llegar a mi despacho. No hay mal que por bien no venga. Utilizar el camino más corto es más eficiente pero si hay que dar un rodeo, se disfruta del paseo y hasta se adelgaza. Llegaron unas máquinas y unos ciudadanos con chaquetas fosforescentes y comenzaron a levantar el pavimento. De lunes a viernes hasta las tres. Polvo, sudor y hierro. Pasó septiembre, octubre, noviembre, diciembre y seguían en ello. Llegó 2015, la cuesta de enero y febrero. El tráfico estaba cortado. Durante los últimos días de febrero, los peatones podíamos atravesar una reja improvisada con cuidado de no ensartarnos un ojo en un alambre. Los coches, por el paseo marítimo cuando salen del puerto deportivo. Con motivo del Día de Andalucía, se ha abierto. Ha mejorado, no se puede negar. Ya no hay aceras ni calzada: es toda una superficie multicolor por la que circulan vehículos y paseantes. No hay nada vegetal: los arboles fueron arrasados, como ya es costumbre. Unas pocas farolas iluminarán. A falta de vegetación hay ¡54! arquetas, registros, tapas, alcantarillas, casi una por metro lineal. Las he contado. Y dispuestas de la forma más barroca posible, a la izquierda, a la derecha, al centro, de medio lado, en horizontal, vertical y diagonal. Un auténtico collage, perdóneseme la licencia. Con esa batería de accesos al subsuelo, podríamos confiar en que no hay que volver a levantar el pavimento pero no: hace un par de días se destruía lo recientemente construido, no sé para qué.

Cerca de El Cairo, como todo el mundo sabe, hay unos monumentos funerarios, único residuo de las siete maravillas del mundo antiguo que, por su forma se los conoce como pirámides. Las construían los faraones para enterrarse. Por mucho que empezasen el mismo día de su ascensión al trono debían estar listas para cuando el rey pasase a mejor vida. Si no, nadie garantizaba que el sucesor le diese al edificio otro uso. La vida, incluso de los grandes era más corta hace cinco mil años así que podemos calcular que tardaban en erigirlas unos cuarenta años. Una obra mayúscula con un traslado de material importante. La mayor de Giza tiene 140 metros de altura, más o menos, dos millones de bloques de piedra, doscientos y pico metros de perímetro, en fin. La obra es algo más importante que la de mi calle.

Me pregunto, si Keops hubiese emprendido su pirámide al ritmo de la refacción ¿habría terminado ya o estarían aún en la cimentación?

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