Pepa
SARA ROMA
Viernes, 19 de diciembre 2014, 13:00
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SARA ROMA
Viernes, 19 de diciembre 2014, 13:00
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DONDE menos te lo esperas y de quien menos supones, encuentras una buena historia para escribir un relato. Conchi Gómez tiene una vida de personaje literario. Pero la de su prima tampoco se queda atrás. A Pepa mayor que ella la conoció cuando tenía treinta años largos. Era una mujer de esas a las que los hombres se vuelven a mirar. A la par que su extremada belleza, derrochaba bondad e inocencia, virtudes que contrastaban con su obsesiva manía por la limpieza; hasta tal extremo llegaba que era capaz de atar a sus sobrinos a la pata de la silla para que no pisaran el suelo recién fregado. Pero de todas sus cualidades, la que llevaba por bandera era su decencia, aunque quienes la vieran pasear, podrían pensar todo lo contrario.
Pepa tenía un novio militar con quien salía a pasear acompañada por su madre. Era muy femenina en el vestir, llevaba siempre medias, pero no se depilaba las piernas. Al cabo de un tiempo, la dejó su novio porque nunca consiguió rebasar la pared de cristal que se interponía entre ambos... Tal era la obsesión de Pepa. Desgraciadamente, aquella decepción amorosa terminó por perturbarla de tal forma, que no supo aceptar ni remontar la situación.
Un día, paseando también con su madre, se le acercó un señor muy rico que pidió «adoptarla» (así lo refería ella) pero, como era decente, no lo aceptó. Afortunadamente, terminó encontrando a quien supo valorar sus verdaderas cualidades (su bondad, su inocencia y su corazón de oro), sin tener en cuenta su trastorno mental.
Pasaron muchos años desde la boda, hasta que un día Conchi supo que su prima vivía con su familia en Fuengirola. Al margen de la vergüenza que pasó cuando preguntaba por ella pues recibía la misma respuesta: «Sí, es una que se pinta mucho los ojos y no tiene muy bien la cabeza», consiguió averiguar su dirección y llegar a su casa. Allí la recibió una imagen que la conmovió hondamente: había envejecido mucho, estaba vestida con un bonito camisón y llevaba unos ojos exageradamente maquillados que recordaban a los de Bette Davis en la película ¿Qué fue de Baby Jane? Durante la visita, le contó que aún seguía con su marido, le mostró fotografías de sus hijas A su manera, Pepa había construido un paraíso de enajenación depositario de su propia felicidad.
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