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Demografía: problemas y soluciones

luis domingo lópez

Lunes, 15 de diciembre 2014, 12:46

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Si no ocurre ningún cataclismo, dentro de 50 años la esperanza de vida en España será de 95 años en mujeres y de 91 en hombres, diez más que en la actualidad. Al mismo tiempo la población total residente habrá disminuido en unos cinco millones de personas; sólo durante los próximos diez años la caída de población se estima en 2,6 millones de residentes. En 2015, por primera vez, se producirán más defunciones que nacimientos en nuestro país, con una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. Todo ello conlleva un continuo envejecimiento de la población que ya llevamos años padeciendo.

No entraremos en el detalle de las causas de este fenómeno porque no es el propósito de esta reflexión y porque, además, no es fácil determinarlas. Solo cabe decir que a menores expectativas sobre el futuro por parte de las madres en edad fértil menor es la tasa de natalidad. Lo que nos importa ahora son los efectos. Y no hay que ser un experto en demografía para intuir que si nacen menos niños, la población envejece y la esperanza de vida aumenta, o se sube la edad de jubilación o no hay quien soporte el pago de pensiones, teniendo en cuenta que el sistema español es de reparto y no de capitalización; es decir, cada año las pensiones de las clases pasivas y jubilados se satisfacen con las cotizaciones de los funcionarios y empleados en activo.

Otra derivada de este panorama es la necesidad de mayores recursos sanitarios y sociales para atender a una población con más riesgo estadístico de padecer patologías propias de la edad y carencias de autonomía personal. El flujo financiero impuestos-servicios, o de origen y aplicación de los fondos públicos, ha de ser equilibrado porque ninguna economía doméstica, empresarial o nacional resiste un déficit continuado. ¿A quién se le detraerán los impuestos y cotizaciones necesarias para atender las crecientes exigencias de esa gran bolsa de personas en su tercera y cuarta edad? ¿Qué tasas de imposición deberá soportar el cada vez más exiguo componente de trabajadores activos? En un mundo globalizado y de fronteras abiertas la presión excesiva sobre los ingresos, sean de trabajo o de capital, genera expulsión de contribuyentes y en mayor medida de aquellos que más capacidad de pago tienen por ser los que pueden permitirse mayor movilidad. Sombrío panorama que si no se afronta desde ahora mismo llegará a ser negro o colapsará. Concibo cuatro medidas de gran calado, complementarias entre sí.

La primera es recuperar, mediante un gran pacto de los líderes políticos, empresariales y sociales, el nivel de expectativas sobre el futuro del país; no resulta fácil ilusionarse con un proyecto de una España partida en retales, donde los problemas se afrontan a bronca limpia y en el que las políticas de Estado a largo plazo se toman en los escasos límites propios de legislaturas parlamentarias. Con este paso se estimularía el crecimiento demográfico interno: si confío en el futuro, le daré hijos.

La segunda es un plan de inmigración bien estructurado, sin demagogias ni populismos de salón, que atraiga talento, creatividad y mano de obra activa. La ola de inmigración que se produjo con la burbuja inmobiliaria no es la solución como tampoco lo es, con independencia del drama social que representa, la presión migratoria del continente africano en pateras fletadas por las mafias más abyectas. Con este plan se estimularían nuevos nichos de actividad económica acordes con el modelo de sociedad al que nos dirigimos globalmente.

La tercera medida es aumentar la edad de jubilación, por tres razones: la necesidad de alargar el período activo de las personas, manteniéndolas como cotizantes y no como perceptores de renta pública; la conveniencia de aportar retornos al conjunto social durante un mayor período de tiempo sobre la inversión realizada en formación y capacitación; y, por último, la oportunidad de que cada persona se sienta realizada y útil cuanto mas tiempo mejor, máxime cuando hoy en día una mujer o un hombre con 65 años está, por lo general, en perfectas condiciones para realizar un trabajo intelectual, de investigación, de gestión o incluso físico.

Y la cuarta es la potenciación de la actividad de voluntariado. Resulta un oxímoron afirmar que el voluntariado debería ser obligatorio pero así es. Con una doble ventaja: la de mantener un estilo de vida activo, saludable y gratificante, con la necesidad de aprender y socializar continuamente, y la de complementar los servicios y prestaciones a los que el Estado de bienestar no llega. El inventario de necesidades al que una persona voluntaria puede atender subsidiariamente es casi infinito: infancia, adolescencia, formación, primeros auxilios, ayuda al desarrollo, adicciones, enfermedad, dependencia, vejez, medioambiente

Apasionante cuestión que no debemos posponer ni un día más.

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