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LA ROTONDA

Selfies que retratan

Héctor Barbotta

Jueves, 27 de noviembre 2014, 12:55

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HAY gente que se pregunta qué hay de cierto en las narraciones megalómanas del pequeño Nicolás. No hay gran farsa que no se construya sobre medias verdades, y en este caso las medias verdades no sólo deberían enrojecer el rostro de más de uno, sino que alcanzan para describir hasta qué punto gran parte de las instituciones públicas navegan bajo el timonel de la apariencia, la superficialidad y la irresponsabilidad.

Que un joven sin oficio conocido y sin preparación haya hecho carrera en los círculos de poder de este país sin más bagaje que una producción industrial de selfies, bastante cara dura y el acercamiento a FAES y a la organización juvenil del PP habla a las claras de cómo funcionan las cosas en instituciones donde uno supone que deberían prevalecer otros valores, otros criterios, otros baremos.

¿Pero quién puede extrañarse de que las fotos sean el principal sustento de un jeta que se mueve en los círculos de la política si la obsesión por una foto es lo que guía la agenda de la gran mayoría de quienes ostentan una responsabilidad grande, pequeña o mediana?

El pequeño Nicolás había llegado a la cúspide de los círculos de poder sin oficio conocido, sin formación y sin más acervo que los méritos acumulados a la sombra de organizaciones cercanas al partido en el gobierno. ¿No se parece su caso al de otros muchos?

Hay quien sostiene que debió sospecharse de quien decía actuar en nombre de altas instancias del Estado y parecía hacer gestiones para sacar castañas del fuego. ¿Pero alguien en buena lógica podía sorprenderse que detrás de las declaraciones sobre la el respeto a la independencia judicial no hubiera movimientos subterráneos que las desmintieran?

Hay quien dice que cómo puede ser que al niño se le hayan abierto las puertas de encumbrados despachos con el único bagaje de asegurar que venía de parte de alguien. ¿Puede causar eso alguna sorpresa después de que el 'caso Urdangarín' dejara al descubierto una recaudación millonaria sin motivo alguno y revelara que el peloteo es una de las instituciones más enraizadas en la vida política española?

¿Es que alguien puede sorprenderse de que el jovencito pidiera dinero a cambio de favores políticos? Acaso podría sorprender su precocidad, no que hubiera favores políticos que se pudiesen comprar.

Hay quien aún se pregunta cómo pudo el pequeño Nicolás engañar a tantos durante tanto tiempo. Pero lo más inquietante no es su habilidad para entrar, colado o invitado, en actos oficiales, sacar provecho de ello y poner en entredicho la seriedad de no pocas instituciones. Lo inquietante es lo convincente que resulta su caso como caricaturesco retrato de una época.

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