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LA ROTONDA

El turno en la cola

Ignacio Lillo

Miércoles, 26 de noviembre 2014, 12:46

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Llegó su turno en la cola, el trance más incómodo. ¿Quién lo hubiera dicho? A sus años. Apenas llevaba en sus manos, gastadas por la vejez y el uso, tres o cuatro cosas de primera necesidad, y se notaba que había ido haciendo mentalmente los cálculos, para no pasarse de su exiguo presupuesto. La chica de la caja la recibió con una sonrisa profesional, de quien lleva muchas horas de pie, repartiendo sonrisas profesionales. Un pitido, dos, tres. El cuarto, seguido de una tecla y la suma que aparece en la pantalla anticuada, con números en trazos rectos, como de marcador de comecocos en un Atari casi tan viejo como la clienta.

Semblante preocupado al sacar el papelito del bolsillo, lo que parece ser un cheque canjeable de la obra social de alguna entidad bancaria. Le falta y busca entre las escasas monedas de poco peso. No le llega. Los años, quizá la falta de costumbre o algún desliz la han hecho errar en los cálculos a su paso por los lineales. «¿Puede quitar esto?», dice la señora, en voz baja y educada, a la vez que entrega uno de los paquetes a la cajera.

La reacción es casi instantánea, de resorte, como si de una u otra forma la esperara, la intuyera en la tardanza en rebuscar en el monedero. Detrás de la señora aguarda un joven de aspecto desaliñado a propósito, distraído con el móvil, en su mundo social. Como el que no se entera de nada, aunque lo importante lo ve de lejos. «¿Cuánto le falta, señora?», espeta, sin más preámbulos, levantando levemente la vista de su pantalla con media sonrisa tímida y sincera. La cajera se adelanta a la buena mujer, para evitarle el bochorno de decir en alto la cifra ridícula; pura profesión, de quien lleva ya muchos tiros dados detrás de un mostrador.

El chico se limita a darle a la empleada las monedas y le dirige otra mirada silenciosa y cómplice a su beneficiaria. Esta, a su vez, se vuelve brevemente, le da las gracias más con los ojos que con los labios, baja la vista, recoge su compra y sale. La sonrisa abierta con la que la empleada recibe al filántropo, todavía con el móvil en la mano, un suspiro de esperanza y los hombros encogidos, dice sin necesidad de más palabras que, entre tanta basura egoísta y avariciosa que llena a diario las páginas del periódico, hay gestos que reconcilian con el ser humano.

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