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POR AHORA

Un cuelo

Obtener la paguita haciéndose pasar por uno los que a ella tienen derecho no solo no es descabellado, sino que suele darse más de lo que nunca habíamos reparado

JOAQUÍN L. RAMÍREZ

Domingo, 23 de noviembre 2014, 01:52

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Puede que ellos no lo crean, pero Errejón y Nicolás se parecen mucho. Son personajes de un 2014 intenso que se resiste a terminar sus días entretenido y empeñado en sobresaltarnos con desagradables descubrimientos de esto y aquello. Colarse es algo que ocurre mucho y, hoy día, tras aumentar los niveles de crítica y exigencia, las voces que condenan a los jetas han subido el volumen. Ver el contrato del becario lleno de cuarenta horas semanales y comprobar que no ha pisado la universidad que le empleó sugiere muchas cosas. No cualquiera es doctor e investigador ni obtiene una importante beca para contar viviendas vacías presentando su solicitud en solitario, ni cualquiera se mueve con la soltura y el desahogo de Nicolás en actos y presidencias de brillantes eventos.

Aparentar que se trabaja o hacerse pasar por piloto es casi la misma cosa, aunque varíen los uniformes de lo uno y de lo otro. Hace años, un sociólogo avezado, ante la proliferación de pretensiones de pensión por supuestas enfermedades profesionales, fingidos accidentes laborales y otras picarescas, en una zona que se desindustrializaba, explicó que la gente lo que quería era «un cuelo». Ciertamente es una curiosa palabra y su uso no debe ser muy frecuente, pero deducir su crudo significado está a nuestro alcance. Disponer de un ingreso medio o medio-alto de forma periódica mensual y, si es posible, para siempre es una aspiración comprensible y legítima. Obtener la paguita -el cuelo- haciéndose pasar por uno de los que a ella tienen derecho sin tener las condiciones objetivas que la causan no solo no es descabellado, sino que suele darse más de lo que nunca habíamos reparado.

Y pasó con los EREs falsos, pasa con los que fingen trabajar y cobran como si así lo hicieran y también con los que perciben prestaciones de desempleo mientras trasiegan en la economía sumergida. En el fondo, siempre que se da una situación de usurpación de condición o personalidad hay algo por ganar que se consigue de forma ilegítima mintiendo. Lo malo para todos estos vocacionales es que las dificultades económicas suelen avivar los controles y los casos se detectan hoy mucho más rápidamente.

También a la usurpación de funciones se ha referido la querella del Fiscal Jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña contra Artur Mas, su vicepresidenta Ortega y la consejera de Educación. Tomar decisiones sin competencias para ello, convocar una consulta que no lo fue o fingir la historia y sus títulos, son patas de las mismas mentiras de los que dicen ser lo que no son o comedian con hacer lo que realmente no hacen. Claro que, originales y hasta extravagantes -como a veces somos-, siempre hay voces dispuestas a dejar pasar según qué situaciones por extraños y poco serios argumentos. Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, sin ir más lejos, dice estos días que no son momentos de tribunales. Lo dice sin sonrojarse, como si cumplir la ley fuera algo opcional. ¿Lo es? La Justicia no es una máquina infalible pero todos hemos convenido en respetarla y acatarla, no puede elegirse cuándo ni puede evitarse algunos días. Una querella, además, no es una condena de antemano, es instar al juez o tribunal natural a que investigue, estudie, juzgue y falle que se es culpable o que no se es. Así para todos.

Pero las ondas sonoras lo aguantan todo y todo puede decirse. Casi todo. Quizá por ello destacados personajes -no solo Pedro Sánchez-, dentro y fuera del movimiento secesionista, hablan de sustituir la ley o el estado de derecho, en este caso, por «la política». Esa forma de referirse a la política sugiere una nueva acepción algo sospechosa en la que no puede descartarse el chanchullo. Dialogar, negociar, ceder, hacer reformas legales o constitucionales pueden ser opiniones respetables, pero no aplicar la ley, hacer convenientes excepciones o tolerar su incumplimiento en evitación de incomodidades o subjetivos planteamientos es francamente rechazable. Apartar tribunales y leyes para ensayar pretendidos resultados políticos es algo tan aberrante como pueda pensarse y contarlo de otro modo más dulce es una estafa dialéctica buenista pero injusta.

Nuestra Constitución vigente consagra el principio de igualdad de todos y el estado de derecho. Todos estamos sometidos a la ley, todos debemos cumplirla y los jueces y tribunales han de velar porque así sea. Toca saber, pues, si Errejón se ha trabajado sus emolumentos y si concursó en condiciones de igualdad, mérito y capacidad, qué responsabilidades son en las que ha incurrido Nicolás y qué intereses legítimos ha perjudicado y si Artur Mas actuó legalmente el 9-N, si no usurpó funciones que no le correspondían, si desobedeció al Tribunal Constitucional o si malversó fondos públicos. Ojalá todos fueran inocentes.

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