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EL EXPRESO DEL SUR

De duquesas y manolas

Gustan más los hidalgos que los ricos por su cuna, pero guardamos una flor de lis para entregársela a la sangre azul

JUAN JOSÉ TÉLLEZ

Sábado, 22 de noviembre 2014, 13:04

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Raro y mágico país donde los brokers sueñan con ser maletillas. Por más que las folklóricas acaben cantando por carceleras o el fútbol fabrique mangantes, alcaldes populistas o marqueses del Mundial. Así, incluso a la España republicana, le atraen las duquesas. En el país del toma el dinero y corre, el de los nuevos millonetis, gustan más los hidalgos que los ricos por su cuna, pero en las entretelas de la bandera tricolor guardamos una flor de lis para entregársela a la sangre azul de Rafael de León cada vez que oímos 'Ojos verdes'. Los ducados, alguna vez, fueron algo más que una marca de tabaco; la que fumaba Adolfo Suárez a quien quizá por ello don Juan Carlos lo convirtió en duque. Son territorios sin ámbito, algo así como la utopía. En la actualidad, el único ducado real es grande y opaco: se llama Luxemburgo y, hoy por hoy, es una de las patrias favoritas para los fondos de inversiones, la que ha obligado a dimitir por coherencia a Willy Meyer y la que, también por su propia coherencia antípoda, jamás logrará que Jean-Claude Juncker haga lo propio. En la patria de la reina castiza, aún nos dejamos seducir por toreros y manolas. De los curas trabucaires pasamos en un plisplás a los curas pederastas y los obispos que miran a otro lado como si estuvieran buscando las lenguas de fuego de Pentecostés. Caemos rendidos ante princesas de los pobres y las reinas del telediario. Contaba el maestro Manuel Vázquez Montalbán, que nos dejó ya hace una década, que dos señoronas del tardofranquismo cenaban en la apacible tranquilidad de la gente de orden: «¿Sabes a quien han detenido por comunista?». «¿A quién?». «A Nicolasito Sartorius». «¿A Nicolasito? ¿Por comunista? A España la llevamos entre tres o cuatro familias».

En especial nos pirran las duquesas. La Roja, desde luego, porque Isabel Álvarez de Toledo demostró que era más roja que duquesa. Como la de Béjar, a quien llamaron la Duquesa Verde. La Duquesa de Todos llaman ahora a la de Alba, que en paz descanse su hermoso libre albedrío. Y no es porque debiéramos heredar el patrimonio histórico artístico de su Casa, desde los Tiziano al Palacio de Dueñas donde nació Antonio Machado. Era la mejor relaciones públicas de lo suyos, que nadie hubiera podido soñar. Ahora sus hijos deberán repartirse todos sus papeles. El del baile por sevillanas y el de las tardes de toros, la cofradía de los gitanos y el cine Avenida. Deberán entretenernos en grupo como ella nos entretenía en solitario. Sobre todo, para distraernos de otros asuntos menos llamativos. Como el de los escasos impuestos que pagan frente a toda la riqueza que acumulan. Maldito parné. Cárcel de oro. Qué bonitos cantables para la democracia del papel cuché, que en un caso trinca legítimamente subvenciones europeas para latifundios añejos y que, al otro lado, manga billetes en bolsas de basura para pelotazos cutres. Isabel saldrá pronto de la trena y llenará estadios de adhesiones inquebrantables. Cayetana no volverá nunca pero su memoria seguirá, haciéndonos creer que la aristocracia no sólo es bella en cuentos de hadas.

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