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El grito

JOSÉ MARÍA ROMERA

Viernes, 21 de noviembre 2014, 12:41

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Un nuevo palo de ciego viene a añadirse a las erráticas medidas para atacar la insoportable violencia machista. El ayuntamiento de Pontevedra ha instalado en la ciudad unos mupis en los que pueden leerse, en letras de gran tamaño, diversos epítetos denigratorios de la mujer. Por unos días el paseante de la melancólica y amable capital gallega va a quedar sobresaltado por chillidos silenciosos que en una esquina dicen 'burra', en otra 'porca', en otra 'puta' y así hasta completar un bonito florilegio de piropos dentro la más arraigada tradición poética nacional. El propósito de los carteles es loable: van dirigidos a la mujeres en riesgo para advertirles de que con harta frecuencia el ultraje verbal es el primer paso hacia agresiones más irremediables. Perfecto. Pero sucede a menudo que las buenas intenciones no garantizan el acierto en la elección de los medios. Al amparo del tópico según el cual un buen cartel debe ser como un grito pegado en la pared se han gritado muchas tonterías. Lo que quiso expresar Josep Renau la primera vez que lo dijo es que el cartel tenía que cumplir una función provocadora, que debía causar en el espectador alguna clase de sobresalto. Y a fe que estos carteles lo consiguen, pero la cuestión está en saber si lo hacen en la dirección adecuada. Poner un altavoz gráfico a los insultos del macho agresor no significa necesariamente que este sea puesto en evidencia. Antes al contrario, pudiera ser que puestos ahí, en unos carteles de acertado diseño que tal vez cubren el espacio ayer ocupado por un sensual anuncio de lencería o por una amable invitación a la fiesta, acaben adquiriendo alguna suerte de prestigio de orden estético que lime sus aristas.

Desde hace tiempo asistimos a una banalización del insulto y del taco, hasta el punto de que no solamente han dejado de herir los oídos del hablante común sino que no pocas veces han sido desplazados hacia la zona del elogio afectuoso. Me pregunto si el macho alfa que humilla a la mujer con cualquiera de esas galanterías ya tan usuales se va a sentir en efecto señalado al verlas impresas en una tipografía tan majestuosa, elegante y moderna como la de los mupis pontevedreses. El político tiende a creer que sus mensajes siempre tienen el significado que él quiere que tengan, no el adjudicado por una realidad más compleja que el puro ejercicio de la voluntad. Muchas campañas públicas de cualquier materia fracasan porque en ellas se lanzan signos que hacen mucho ruido pero que dicen muy poco o acaban diciendo lo contrario de lo que se pretendía al ponerlos en circulación. En este caso no me atrevería, ya digo, a considerarlo un acierto. El asunto es demasiado delicado como para ceder a la tentación de la ocurrencia. Ante la duda habría preferido otros carteles donde los insultos no estuvieran dirigidos a las víctimas sino a los criminales. Por si las moscas.

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