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EL EXPRESO DEL SUR

La democracia es otro cantar

JUAN JOSÉ TÉLLEZ

Sábado, 1 de noviembre 2014, 12:52

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Como las estatuas caídas de Lenin o de Sadam Hussein, vivimos tiempos iconoclastas. Los honorables en Cataluña dejan de serlo por un quítame allá una fortuna en cualquier paraíso fiscal. En Andalucía, nos apresuramos a despojar de la medalla de Andalucía a la tonadillera Isabel Pantoja, a punto de pedirle a Jesús El Rico que la libere del chabolo a donde le han conducido sus maniobras orquestales en la oscuridad del dinero marbellí.

Devuélvenos el rosario de nuestra madre blanquiverde y quédate con todo lo demás, le reclaman desde la Junta de Andalucía a la viuda de España, con un ánimo ejemplificador que quizá hubiera debido ser cautelar, a la francesa: cuando hace años el Instituto Andaluz de Flamenco sugirió al Ayuntamiento de París que le impusiera el nombre de una calle a Paco de Lucía, la actual alcaldesa repuso que en la Ciudad Luz jamás se usaba a alguien vivo para denominar a sus vías públicas, no fuera a ser cosa de que el consistorio, a la larga, terminara arrepintiéndose por mor de las fechorías que cada cual pudiese cometer en el futuro.

Al paso que vamos, el medallero español debiera ser también póstumo, a la luz de los nombres principales de la cosa pública que andan arrellanados en banquillos, furgones y lecheras, calabozos y sumarios. En un país como el nuestro, en el que no se respeta la memoria histórica, ¿cómo vamos a corregir la memoria reciente de tanto usía y excelentísimo que han terminado apeados de rango por la acción de la justicia que ojalá sea justa aunque no sea rápida?

El honor, ya se sabe, es patrimonio del alma. Y el alma de buena parte del sur está con las coplas de la Pantoja, con la forma enlutada de mover sus pestañas, con el imaginario de sus marineros de luces sobre el albero de sus recuerdos personales con música y letra de Manuel Alejandro o de José Luis Perales. La ciudadana Pantoja debe cumplir con su pena como cualquiera de esos inolvidables personajes del melodrama musical que ella tanto y tan bien ha interpretado. La cantante, sin embargo, seguro que gana con su paso por la cárcel ese punto canalla que tanto ha prestigiado al arte en general desde que François Villon y Miguel de Cervantes, por similares motivos a la hija de aquella valiente y honrada vendedora de hortalizas, también lo hiciesen. Seguro que su música se enriquece a partir de ahora, aunque se empobrezca su caja B con tanta fianza y otras zarandajas. A todo este drama carcelario le llevó el amor, pero nunca sabremos si hacia Julián Muñoz o simplemente al dinero.

El resto de los empurados por pufos de una y de otra índole deberían también aprender de ella y empezar a dar el cante o, al menos, a cantar por lo bajini el nombre de sus cómplices, a tararear los digitos de la cuenta donde tienen escondida la pasta gansa que algún día le trincaron a los contribuyentes españoles; ese público entendido que antes les hacía palmas por las orejas y ahora les pita para que abandonen definitivamente el escenario de la cosa pública y otros nuevos creadores de la política patria vengan a demostrar lo que valen aunque tampoco debemos descartar de que terminen por costarnos demasiado. La democracia, en cualquier caso, no es una canción para solistas. Es otro cantar que conviene interpretar a coro antes de que desafine y sus partituras acaben en bolsas de basura bajo el calor de la noche.

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